¿Qué se puede esperar de mí? ¿Qué cosa soy o pienso? ¿Cuántos insomnios guardo en el pellejo, en el
taburete que son los hombros? – (Profunda e íntimamente mi ser)- ¿Cómo no jugar
a la fortuna, al juego de los dados cargados a favor ajeno?
Todo es ciencia, disección microscópica en la partitura fragante del sentir
y el padecer: es burla mundana, frívola, masoquista, sinsentido esotérico de
espera en la nada. Padezco de una aberrante manera de ver las cosas, de
ofrecerlas sin miramientos, sin amor propio, sin que importe el qué dirán, los huesos, la nomenclatura
agusanada de lo que se repite instintivamente en forma necia, pesada, imposible
de perdonar (preferiría usar la palabra “regurguitante” pero el corrector de Microsoft
Word me lo prohíbe).
Yo he estado reflexionando mucho estos días, pensando en las cosas
sucedidas, en las maneras (posibles) de enfrentarlas. He escuchado sugerencias,
reproches, ofertas… He puesto mi ser en el mercado cinético, cibernético y de tocinerías
buscando rascarme en cualquier palo, incluso
“javillas”.
Es costumbre ir a la cama a las 9 menos 15, dormir hasta 4:30. Salir a la
calle a las 5 o 6 am. Correr unas millas (llueva truene, ventee o caiga una nevisca).
Por lo regular llego al trabajo sin saber a qué “demonios y hora” iniciaré el
camino de regreso a casa (ser padre, hijo, tío y amigo me obligan a doblar el lomo sin miramientos,
boludeces, cansancios). Igual he amado, he vencido el miedo, me depongo en una
suerte de hurañas manías heredades en el ADN (sé lo que importo, lo que sucede
a mi alrededor; lo que está a mi alcance, a favor, en contra).
¿Cuántos poemas he escrito. Cuántos más escribiré? ¿Por qué no una novela,
una serie de cuentos? Un articulado libro de duendes misteriosos, fantásticos, cósmicos,
fascinantes como la vida, por ejemplo: esa vez en la que la conocí en un aeropuerto,
sus tres días de fiesta, la razón por la cual abdique en favor del suplicio y
la espera. Yo decidí cada cosa que quise, cada escondite, cada tragedia. Vi
venir lo que me sucede ahora (escuché de sus labios el cómo terminó sus
antiguas relaciones, sus amores foráneos, sus derroteros personales) sin embargo,
reté a cuanto Tsunami, a cuanto repertorio, a toda daga, picadura o agujón de
los embates posibles (siempre apostando
a los caballos cojos, a la dicha, al
dios socarraron de los pantanos).
De ella no puedo argumentar cosa absoluta, registro de dudas,
ambivalencias. Ella ha significado todo lo que nunca ofrecí en vidas pasadas, en
este dieciséis de enero, en la mecánica pueril de mis bolsillos. Yo le he amado porque me dio la gana, por así
lo quise, porque me gusta verle en la cama en toda su hermosura y todos sus
olores.
Me gusta besarle; he besado siempre su frente, su ombligo, sus pies. Ella
jamás ha imaginado el “por qué” de tales gestos (me explico; conste que tengo
tres cervezas en la cabeza, que ayer le escribí un email diciéndole “TE AMO” que ya me he impuesto a que me diga tres o
cuatro cosas hirientes, que me vea como a un “domincan loser” quien habla
exageradamente sobre la vida, sobre “lo que importa es el hoy”. Sobre un Dios, que se ama con la profunda
tragedia de los redentores, los dispuestos a todo, los incondicionales.
Ella jamás se ha visto en mis ojos. Ella jamás se imaginó semejante atasco,
semejante aserradero de lunas y rincones oscuros. Puedo describirla como un ser
de una inflexibilidad a toda costa (hermosa, ambarina, de rasgos ondulantes
entre lo total o la quimera).
¿Quién soy y qué esperar de mí? Supongo diversos criterios, diversas fórmulas
numismáticas (cierta pena, cierta alegría, cierto engendro entre lo uno u lo
otro). Honestamente puedo adelantar que lo que me sucede me lo merezco. Que
todo debo de aceptarlo tal cuál es, que todo debe de ser reciclado, aprovechado
en la plena conciencia del momento. Si bien me siento una mierda, si bien busco
cualquier salida, drenaje, comisura espectral para este no dormir y querer la
muerte, igual me abalanzo cuchillo en manos, de forma seria, sin tapujos, a la
caza del poema, como el que busca la droga, como el adicto; loco por emitir un último
gemido entre sus brazos.
Jimmy Valdez Osaku
Ridgewood, NY
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