En la sobremesa
te pusiste en pie con el pan en tu mano.
Mirabas al cielo,
musitando un mensaje
pero en tu cara
se talló la serenidad
y todos silenciamos.
Luego en el jardín
cortaste doce rosas que se ofrecieron
y las depositaste sobre nuestra cabeza
entonando un himno
de clara concordia.
Todos te rodeamos
implorando sabiduría
y con tu mano
trazaste un símbolo
que aún se mantiene
sobre los arcos de la plaza
donde cada día
dibujamos dolores y sueños
como elevación.
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