La esperanza es un núcleo de promesas, que se arrastra sobre la mano del mendigo, dejando su improperio en la mirada de turbio retroceso que muere en si misma para no contagiar a los niños vestidos con la cruz de inocencia trazando rayas de eclesiásticas maneras sobre el parque.
Hoy he salido por la puerta lateral, y mis principios son hostiles, plenos de saliva cuarteada. Debiera contener mi aliento sobre la fetidez de los despojos, pero el orgullo golpea en el vientre como enemigo desusado.
En mi sótano, los mendrugos de pan han aprendido del silencio y esperan oportunidades de integración.
Nada me conmueve, ni me irrita las cuerdas de voz, y grito sobre los ojos de la anciana que se arroja en el césped para defender su honorífica mansedumbre.
He de silenciar. Es un momento de espera y cargo el revolver mental con dardos de curare
para llevar hasta la tetraplejia a los tribunos que no han respetado mi calidad de entono, ni mis garras preparadas para la perfección.
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