Paseo de Las ÚRSULAS

Paseo de Las ÚRSULAS
PASEO DE LAS ÚRSULAS(Salamanca).-Por José Luis Pérez Pablos

jueves, 11 de diciembre de 2014

RAÚL VACAS.-Poética.Entrevistas.Poemas y variedades creativas.

Apuntes, despuntes, pespuntes


 “Queridos compañeros carpinteros y ebanistas,
les traigo el saludo solidario de los metafísicos […]”[1]

Juan Carlos Mestre


De este modo convoca Mestre al hombre, en asamblea, en lo más alto de su casa roja.

Aquí, en este otro territorio de papel, nosotros traemos asimismo el saludo efímero de los funambulistas, el azaroso gesto del crupier, la claridad del que dejó palabras en el bosque para reconocer su vuelta a casa, la plenitud del que aprendió a desalambrar las formas y colores para respirar en toda su extensión el mar.

Uno solo es nuestra forma de sentir e interpretar al hombre en soledad o en medio de la multitud. El hombre víctima del tiempo y la rutina, aferrado a la península del sueño por una hebra de luz. El hombre que olvidó su sombra en medio de la noche. El hombre que nunca renunció a ser hombre.

Este libro es un enjambre de miradas y deseos. En él, junto a los textos, hay sólo una pequeña parte del trabajo gráfico que Aquilino González recogió en más de 50 cuadernos en los que resumió su actividad diaria durante largos años: dibujos, notas, fechas, recortes, apuntes, bocetos… todo cuanto en el día a día llegaba a sus manos y se convertía en huella, signo, cicatriz.

Puedes, lector, como sugiere Mestre en “El arca de los dones”, arrancarle al libro sus páginas y darle “al hurón la oscuridad de la palabra búfalo y al búfalo la inmaculada pradera del billar de los bares”[2]. Todo cuanto contiene este cuaderno de apuntes está ahora en tus manos con la intención de que se extienda más allá de los márgenes y del papel, germine en la mirada a la luz del asombro y prenda, como tallo o llama, en nuestros sueños.

Los textos e imágenes de Uno solo se agrupan bajo dos títulos: Instantáneo (donde se incluyen apuntes rápidos, hechos a vuelapluma) y Soluble (un trabajo mucho más técnico y reposado).

Pero el título no sólo responde a ese vínculo entre el hombre y la soledad sino a la materia prima de la mayoría de las ilustraciones, hechas con café y, en algunos casos, con vino y betadine como hiciera el poeta José Hierro, al que gustaba dedicar sus libros en las sobremesas de las cenas y comidas.

Aquilino, gran amante del café, emplea dicho elemento en su recorrido por las cafeterías por donde pasa, especialmente la de la Facultad de Bellas Artes de Salamanca, lugar donde ejerce su magisterio. El café permite dar color y textura a muchas de sus ilustraciones, trabajadas con técnicas mixtas: aguadas, acuarelas, rotulador, lápiz, ceras... El resultado es un libro lleno de fuerza y color, con gran variedad de imágenes que se corresponden con diferentes formas métricas y estilos (haiku, égloga, soneto, verso libre, prosa).
Así “Patrón para un sueño a medida”, toda una invitación a pensar en la flexibilidad del sueño, se acompaña de un texto que no está sujeto a ningún metro y que se cierra con una página en blanco.

En “Dietario”, en cambio, se advierte el orden en la composición gráfica, de ahí que el texto sea un soneto, construido bajo un patrón.

En la serie “Cinco sentidos” se impone la sencillez, el trazo limpio y la caligrafía exacta  que recuerda al arte japonés. Aquí la mejor solución para el texto es el haiku que se aparta, sin embargo, de su espíritu objetivo y transparente para formular un pensamiento. Pero la imagen, no obstante, permanece fiel a los sentidos.

Estos son algunos ejemplos de cómo ilustración y texto se conjugan y se complementan para formar una unidad de sentido.

Si te detienes a escuchar en cada página advertirás el rumor de la lenta catarata del tiempo, con sus días rojos como extintores; oirás el grito desgastado del náufrago y sentirás la desesperación del que huye de sí mismo y de la sociedad para encontrar sus puntos cardinales que, según Vicente Huidobro, son tres: el Sur y el Norte.

Aquí dejan su huella el fósil que edulcora la rutina, la rutina que encharca la mirada, la mirada que escarba en el espejo, el espejo que nombra nuestras horas, las horas que se enquistan en los ojos, los ojos que en amor todo lo envuelven.

Pasa al interior del libro como quien se adentra en el mar: con emoción y respeto pero con la esperanza de que la ola más inesperada te devuelva a tu origen.

Y si al final del recorrido, miras atrás y ves que hay polvo de mariposas en tus recuerdos, tal vez estos poemas  y estas imágenes se hayan grabado en los microsurcos de tus sentidos y aún haya tiempo para soñar.

Toquemos de nuevo a las puertas de Juan Carlos Mestre para cerrar este pórtico y dejemos el marcapáginas cerca de las palabras del libro que nos permitan creer en los sueños, en la esperanza y en la melancolía: “Yo no espero otra luz que la tristeza / de quien regresa a una escuela abandonada / donde aletean todavía en la pizarra / las mariposas blancas de la melancolía.”[3].


Raúl Vacas
Salamanca, noviembre de 2013



[1] De “Asamblea” en La casa roja
[2] De “El arca de los dones” en La poesía ha caído en desgracia
[3] De “La citroneta azul” en La casa roja












En el libro va encartada una separata con la "Égloga de los esposos", iluminada con el trabajo de Aquilino González.








Ya avanzaremos más detalles sobre el libro y la presentación. Sirva este pequeño entrante de aperitivo.



31.12.13


Presentación "Animal de huida"

Dice Benjamín Prado que “La poesía es todo lo que hay entre un disparo y el animal herido”. Vida, muerte, intensidad, todo late –si atendemos al poeta– en el corazón del poema. Y del mismo modo en que un disparo tiene su efecto dentro y fuera del verso, la sensación de peligro –con todos los mecanismos que pone en marcha el miedo– también tienen su réplica: la huida.

Emily sabe de disparos, ella está letraherida con ese arma cargada de futuro que es la poesía. Le duelen las tres heridas de Miguel Hernández: el amor, la muerte, la vida. Pero también sabe de huidas por eso rehuye el tiro, por eso huye antes de ser herida o durante la herida.



Si tecleamos la palabra “huida” en el buscador de Google nos encontramos, entre la maleza, con la siguiente explicación del “comportamiento de huida”: “Se denomina comportamiento de huida al comportamiento animal específico complejo que frente a estímulos que indican peligro producen una respuesta adecuada que aleja o protege al individuo. En los casos en que la reacción es puramente refleja se denomina reflejo de huida. Se usa el término en sentido más general para referirse a todo comportamiento que evita situaciones desagradables. Los comportamientos de huida se dan sobre todo en invertebrados como cefalópodos, crustáceos pero también en aves y mamíferos”.

Emily, que es ave y es mamífero, nos habla en Animal de huida de su propia migración, su exilio voluntario lejos de casa.

Su inconformismo, su vitalidad y su espíritu de aventura le ponen alas más allá de murallas y cárceles interiores y, como ave de paso, va sellando, uno a uno, sus recuerdos, miedos y obsesiones en este libro pasaporte. Emily es animal de huida. Huye porque busca. Se busca. Dentro y fuera de casa se busca.

“La poesía empieza cuando ya has olvidado qué es lo que te asustaba pero aún tienes miedo” dice de nuevo Benjamín Prado en el mismo poema. Y estas palabras me recuerdan a Laura, a Emily, a Lila que huyen de las normas y las imposiciones. Les asustan los límites, las fronteras, el silencio. Por eso toman distancia y sueñan extramuros. Eligen no exponerse al disparo. “La vida misma es una elección”, dice en algún lugar. Y es por eso que la vida y el poema empiezan cuando el tren anuncia su salida, y el “príncipe de Estambul que va vestido de azul con una gorra y un pito” –como decía el poeta Manuel Díaz Luis– mueve su bandera en el andén para espantar los miedos. La vida empieza a muchos nudos de la palabra “casa” o a muchos pies de altura.

Sara R. Gallardo, autora del excelente prólogo del libro, desvela los puntos cardinales de la autora y las coordenadas su poesía. Como una controladora aérea sigue las señas y señales que deja a su paso su amiga Roberts. Conoce sus tránsitos, la altura a la que acostumbra a volar, sus destinos. Conoce el libro desde dentro y por eso hay tanta claridad en sus palabras. Pero también hay luz sobre el radar. Y Sara dice de Emily: “Yo solo quiero contar mi historia, dice en sus poemas, y pone trenza y pone pájaro, pone huida y pone mar. Y pone tierra”. Así tejen su libro Laura y Emily, poniendo tierra de por medio, trazando su huida por aire, por mar, por tierra. “Yo no escribo: / yo camino / alejándome de todo / mientras me trenzo el pelo” dice en su poema XX.

Luna Miguel la entrevistó en su blog, junto a otros poetas que forman parte de la antología Tenían veinte años y estaban locos. Esto es lo que afirmaba sobre el miedo a la repercusión, la crítica y el comentario:

“Siempre da miedo, supongo, pues se escribe para los demás, y la escritura es un trabajo muy íntimo: te estás desnudando, estas ofreciendo todo lo que tienes (experiencia, palabras), con la mayor ilusión y las mayores expectativas de gustar. Sin embargo, siempre hay que tener en cuenta que los gustos y las trayectorias de lecturas son muy diferentes y que, como en la vida, no se puede gustar a todo el mundo. También eso nos ayuda a ser más autocríticos y a ver las cosas desde otras perspectivas y no sólo desde la nuestra: muchas veces se puede aprender más de una mala experiencia (o comentario) que de uno bueno, aunque en primera instancia se agradezca más y sea necesario como apoyo para seguir trabajando.”

Alejandra Pizarnik, una poeta que ha dejado huella en la mirada de Emily, decía en su poema “Fuga en Lila” (qué dos palabras tan cercanas, Emily):

Había que escribir sin para qué, sin para quién.
El cuerpo se acuerda de un amor como encender la lámpara.
El silencio es tentación y promesa.


Emily Roberts, nos dice Sara R. Gallardo en el prólogo, “fue la niña que despertó. Eso no quiere decir que no escriba a tientas, porque ella, como los poetas, escribe siempre para saber qué escribiría si escribiera”. Y así es, tal y como señalaba Margueritte Durás. Laura se escribe y reescribe una y otra vez. Se busca en el poema. Escribe para sí misma y nos ofrece lo que escribe como espejo y mirada.

Animal de huida no es un libro primerizo. Su autora lleva en su equipaje muchos relatos facturados, perfectamente doblados y colocados entre la ropa de abrigo, pero también poemas contundentes de todas las tallas que rellenan los huecos de su maleta dura y de su vida. En su equipaje de mano, además, lleva su novela Lila, escrita con veinte años en otra de sus huidas; la del útero a la gran ciudad, la del hogar a la intemperie. Lila está en mi biblioteca, junto al Azul de Rubén Darío. Es una suerte que el escáner de los puestos de control en aeropuertos y estaciones no desvele lo que llevamos en la cabeza, en las vísceras, en las médulas, en los libros.

“La forma más barata de viajar es la del dedo sobre el mapa”, dice Ramón Gómez de la Serna en una de sus greguerías. El viaje es para Emily su propia poética. Es huida y regreso. Es inicio y final. Es su modo de vivir y de aprender. No le cuesta escapar y perderse, ya sea en el desierto o en la selva. Planea sus fugas de forma meditada y deja atrás sus recuerdos: “La infancia no podía volar”, susurra. El hogar es núcleo pero también fisión. Emily se arropa en él pero a la vez escapa ante el menor peligro. El tiempo y la rutina son su coartada para la fuga. Y el miedo a no descubrir, a no sentir más allá del abrazo materno, a no soñar con ser otra en otro cuerpo y otra vida, todo lo que presiente en sus palabras. Le cuesta regresar porque siempre está yéndose. Por eso siempre deja abierta la vuelta. Quizá sienta el mismo temor que el propio Gómez de la Serna cuando afirma: “En el billete de ida y vuelta tememos que nos perforen la vuelta en vez de la ida, obligándonos a volver al revés, comenzando por ir otra vez para poder volver de nuevo”.

Emily sabe que es inútil huir. Lo aprendió de Clarice Lispector, en aquel texto en el que habla del silencio:

“Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. Entonces él, el silencio, aparece.
El corazón late al reconocerlo.
Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí”.


De nada sirve la huida permanente pues el silencio, como dice Clarice, siempre estará ahí, en forma de fantasma. Por eso Emily se rodea –fuera del poema– de vida, de bullicio, de mundanal ruido, por eso sus textos destilan vida, por eso sus palabras se aliñan con texturas, aromas, imágenes, colores. Frente al negro de los miedos y el dolor, el rojo de la vida y de los labios (“en el lugar de donde vengo / no existe el color rojo”, nos dice en un poema). El azul y el verde son, en cambio, para los caballos de la poesía y el blanco para después de la entrega: “todo era blanco: / nieve blanca, muslos blancos, lienzo blanco / para pintar la despedida.”

Hay un pulso narrativo en muchos de los poemas de este libro: “Esta no era una historia, pero nosotros la convertiríamos en una”, dice en su poema ix. Cada texto es un historia, cada historia un mundo, cada mundo un viaje, cada viaje un sueño, cada sueño una palabra, cada palabra una huida hacia sí misma. Excavar y amontonar, en eso consiste escribir según Javier Rodríguez Marcos: “la poesía es todo lo que se excava y la prosa todo lo que se amontona aunque eso no evita que haya prosa profunda y poesía del montón”, nos dice. Y Emily excava y socava en su memoria, minera de sí misma, para compartir con nosotros su deseo de estar siempre lejos: “la levedad del mundo en una caja de zapatos rojos / con los que desaparecer…” nos dice en su poema iv.

Hoy Emily regresa de su huida y nos confiesa en voz alta:

“Soy pequeña,
muy pequeña,
podrías llevarme
en la palma de tu mano
o en un bolsillo.
Soy pequeña
y mi amor
también es pequeño,
y mi amor
se derrama
propiciando una catástrofe
como un niño,
se derrama:
no se oye, apenas
llega,
tropieza,
llora,
como un niño,
se inunda”


Regresa con su vida hecha poemas y el equipaje lleno de nostalgia y de amor a repartir en partes iguales.

La poesía de Emily tiene su propia respiración. Hay música en sus versos, hay ritmo y hay latido pero también silencio. Conviene antes de pasar a un nuevo poema asegurarse de no introducir el pie entre coche y andén, después hay que tomar impulso y cambiar de línea. Cada texto es un trayecto, un recorrido, y entre todos conforman el destino que se advierte en las líneas de la mano de Emily, con su pasado, su presente y su futuro.

Esto es lo que Emily opina de la poesía en la entrevista –ya mencionada– que le hizo Luna Miguel:

Definiría mi poesía como muy personal, que no es lo mismo que autobiográfica. Para mí, la gran diferencia entre la poesía y la narrativa es la falta del personaje en la poesía, de ese gran disfraz que permite ocultarte. En la poesía, el yo está desnudo y solo: no hay diálogos, no hay más personajes, y, si los hay, siempre están teñidos de subjetividad por el yo poético. Por ello, mi poesía bebe mucho de la experiencia: es lo que más me inspira. Más que vivencias concretas, de sentimientos, estados de ánimo pasajeros a los que intento anclar el lenguaje, buscar una forma de expresarlos. Mis influencias son mi vida y las personas que me rodean, por eso mis principales temas de interés son el viaje, el hogar, el cuerpo, el otro y la búsqueda de la identidad como algo cambiante y a veces inaprensible: temas que al final se complementan y van unidos, que a veces no se distinguen bien unos de otros. A través de la poesía intento conocerme a mí misma y darme a conocer al “otro”, a ese gran desconocido que supone todo aquello ajeno a nosotros –a veces, incluso, nosotros mismos–. La poesía es un monólogo que se responde a sí mismo: eso es lo que la hace avanzar y evolucionar; siento que mi poesía cambia mucho más rápido que mi narrativa: porque a través de la narrativa intento conocer a los demás, y a través de la poesía a mí misma.

Querida Emily. Yo escribo poesía porque estoy convencido de lo que dice Andrés Trapiello: “La poesía es la distancia más corta (una línea recta) entre nuestras dudas y nuestras incertidumbres”. Ojalá que los poemas nos ayuden a ir del corazón a los asuntos como a Miguel Hernández. Que nos arrojen luz y luciérnagas en los momentos oscuros de la vida. Que nos indiquen el camino en las encrucijadas. Que nos salven de esta gran incertidumbre que es vivir en estos tiempos. Que resuelvan nuestras dudas.

Gracias a Alberto Trinidad y a Ediciones Oblicuas por apostar por Emily. Enhorabuena a Violeta Bergara por la portada y a Mercedes Fernández Laguna por la fotografía en que está inspirada. Y enhorabuena también a Laura por este espléndido libro.

Permíteme, para terminar, que comparta contigo dos poemas. Uno de Jaime Sabines, “Lento, amargo animal” y otro titulado “Marca de agua” del libro de Esteban Peicovich Poemas plagiados:

Lento, amargo animal

Lento, amargo animal
Que soy, que he sido,
Amargo desde el nudo de polvo y agua y viento
Que en la primera generación del hombre pedía a Dios.

Amargo como esos minerales amargos
Que en las noches de exacta soledad
-Maldita y arruinada soledad
Sin uno mismo-
Trepan a la garganta
Y, costras de silencio,
Asfixian, matan, resucitan.

Amargo como esa voz amarga
Prenatal, presubstancial, que dijo
Nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,
Que murió nuestra muerte,
Y que en todo momento descubrimos.

Amargo desde dentro,
Desde lo que no soy,
-Mi piel como mi lengua-
Desde el primer viviente,
Anuncio y profecía.

Lento desde hace siglos,
Remoto -nada hay detrás-,
Lejano, lejos, desconocido.

Lento, amargo animal


Y el segundo y último poema quiero dedicárselo a los que aún no creen en la poesía, que es tanto como decir que no creen en el amor, en los sueños, en la muerte, en la vida.

Marca de agua

-¿Su profesión?
-Soy poeta. Supongo.
-Nada de supongos aquí. Ponte derecho. No te apoyes en la pared. Mira al tribunal. ¿Tienes una profesión estable?
-Creía que eso era una profesión estable.
-Pero en términos generales, ¿cuál es tu especialidad?
-Soy poeta, traductor poeta.
-¿Quién te ha reconocido como poeta? ¿Quién te ha metido en las filas de los poetas?
-Nadie. ¿Quién me ha metido en las filas de la especie humana?
-¿Has estudiado para serlo?
-¿Para ser qué?
-Poeta. ¿No has encontrado la manera de proseguir tus estudios en el instituto, donde podías prepararte y aprender?
-Nunca he creído que eso fuera materia de enseñanza.
-Entonces, ¿qué?
-Creo que eso… viene de Dios.

(Diálogo que tuvo lugar la mañana del 18 de febrero de 1964 en el juzgado de distrito de Leningrado entre la jueza Irina Savaleva y el “parásito social y vago maleante” de 24 años Joseph Brodsky, quien 23 años después, -1987, y a sus 47- alcanzó el Premio Nobel de Literatura)


Hoy yo también quiero convertirme en Animal de huida y huir con este libro dedicado bajo el brazo susurrando estos versos que te pertenecen: “Nunca renuncies al viaje. Nunca renuncies al viaje. Nunca renuncies al viaje. La quietud es la muerte”.

Tal vez mi huida solo dure lo que dura su lectura (ahora podré leerlo de nuevo y pasar mis notas del borrador al libro). Me basta así, como bien dijo tu tocaya Emily Dickinson en su poema “Ensueño”, traducido por Carlos López Narváez:

Para fugarnos de la tierra
un libro es el mejor bajel;
se viaja mejor en el poema
que en el más brioso y rápido corcel


Yo viajo, tú escribes, él le... No dejes nunca, querida Emily, de conjugar estos tres verbos.

Raúl Vacas
Salamanca, 28 de diciembre de 2013

2.12.13


Me acuerdo

Este fin de semana se han celebrado los 20 años de Leer Juntos en Ballobar. Yo no pude estar allí pero les envié mi pequeño homenaje.


He decidido seguir los pasos de Joe Brainard y Georges Perec para trazar mi recuerdo emocionado de mi paso por Ballobar y mi relación con “Leer Juntos”.

Me acuerdo

Me acuerdo del día en que Samuel Alonso me llamó para que fuera en su lugar, y en el de Antonio Ventura, a unas jornadas de Animación a la Lectura en Ballobar. En ellas presenté la colección “Otros espacios” de la editorial Anaya y comprobé, con emoción, que “A veces suceden cosas”.

Me acuerdo del viaje en AVE desde Madrid a Lleida. Era la primera vez que me subía a un tren de alta velocidad. Y recuerdo también el trayecto en coche desde la estación de tren hasta Ballobar. Lo que no recuerdo es si me fueron a buscar o enviaron un taxi reservado a mi nombre.

Me acuerdo del recibimiento que tuvimos en la plaza del Ayuntamiento. Hasta allí llegó un pasacalles formado por un enorme dragón debajo del cual había muchos niños. También había una pequeña estructura con ruedas sobre la que había dispuestos un montón de cubos de colores que de repente empezaron a sonar al ser golpeados por los niños con baquetas. Aquello era una fiesta. Recuerdo también que había un niño grandullón al que llamaban Alberto Gamón. Fue el ilustrador que diseñó ese año el cartel de las Jornadas.

Me acuerdo de la lluvia torrencial que cayó el primer día y de cómo tuve que ir sorteando charcos desde el polideportivo al hotel cantando, como Gene Kelly, bajo la lluvia.

Me acuerdo del ruido que hacía la lluvia sobre la cubierta del pabellón donde se realizaban las Jornadas y de la serenidad y el buen humor de Clara Obligado ante estas circunstancias que complicaban su alocución y su lectura. Leyó textos de su libro “Las otras vidas”, del que yo, más adelante, haría una reseña. Recuerdo que también estuvo Jesús Munárriz. Aún conservo una foto con los dos y con Paco Bailo.

Me acuerdo de Alegría, la carnicera, cuyo nombre hace honor a su carácter y de cómo junto al kilo y cuarto de morcillo que despachaba en la tienda podía añadir un poema de regalo. Cuando regresé de Ballobar me encontré con un mensaje suyo en mi blog en el que me contaba que ella no disfrutó tanto del encuentro por cuestiones de intendencia. Qué mujeres más trabajadoras, además de buenas lectoras, las de Ballobar.

Me acuerdo cómo mucha gente me confundía con Samuel Alonso, hasta que tuve que poner en mi camiseta de velcro mi nombre y mi primer apellido.

Me acuerdo de un tipo muy peculiar que nos contó cómo había llegado hasta allí desde Segovia caminando en línea recta. Luego supe que aquel tipo, que también nos habló de cochinos y de los peligros del libro (en forma de romance) se llamaba Ignacio Sanz. Con el tiempo fuimos coincidiendo en otros lugares y ahora somos buenos amigos.

Me acuerdo de Toni, de Stela y de su amiga (de la que no recuerdo el nombre) y de lo bien que nos lo pasamos en las jornadas. Stela me regaló un dibujo que guardo en una agenda como oro en paño. Desde entonces no la volví a ver aunque sí mantuve contacto con ella por correo electrónico durante un año.

Me acuerdo de la ponencia contrarreloj de Toni y de María Dolores Busquets, una maestra que me felicitó por mi intervención y que me recomendó el poema “Retrato de mujer” de Ana Merino. Yo le anoté en un post-it mi correo electrónico y lo pegué junto al poema.

Me acuerdo de que repartí entre los asistentes un texto titulado “Yo leo, tú lees, Bruce lee” en el que decía, entre otras cosas: “leo para tejer lazos, para responder preguntas, para preguntarme otras, para conocer al otro, para compartir proyectos, para fertilizar el gusto, para desinfectar la vista.”

Me acuerdo de la amabilidad de los ballobarenses (¿se dice así?) y lo maravillosa que fue la estancia y la convivencia en esas tierras en aquellos días.

Me acuerdo de Carmen Carramiñana contando “Vamos a cazar un oso” y de lo divertido que fue salir, junto con otros compañeros, a recrear con movimientos y onomatopeyas, la historia de este fantástico álbum.

Me acuerdo de que la mayoría de las mesas de las Jornadas eran presentadas por gente de “Leer Juntos” de Ballobar o por niños del colegio.

Me acuerdo del vídeo “A veces ocurren cosas” donde salía un tipo con barba blanca que con el tiempo resultaría ser el tutor legal de mis “Niños raros” y quien me abrió las puertas de los campos de refugiados en el Sáhara. Un abrazo, Gonzalo.

Me acuerdo de la cara que pusieron las maestras y los niños y niñas del colegio cuando les leí el poema de la “Vaca flaca”. Y me acuerdo de cómo un año después me regalaron esa misma vaca mejorada y encuadernada. Qué espléndida labor la de maestros y niños de Ballobar. Y qué acogedor el cole.

Me acuerdo de las muchas cosas maravillosas que surgieron tras aquel encuentro, gracias a la generosidad de Merche Caballud, de Carmen Carramiñana y de toda la gente de Leer Juntos. Ahora Huesca y Zaragoza (también Teruel) son mi segunda casa. Gracias Mar Martín, Elena Pueyo, familia Bailo, Charo Ochoa, Chus Juste, Ana Badía, Olga Asensio y Toni Martínez quien me invitó al “Leer Juntos” de Cifuentes.

Me acuerdo de la entrada que hice en mi blog poco después de llegar emocionado del Encuentro de Ballobar. Lo traigo de nuevo aquí para conmemorar el XX Aniversario de Leer Juntos:

Ballobar es un municipio de la comarca del Bajo Cinca en la Provincia de Huesca. Un lugar apacible y lleno de vida donde tractores y libros cultivan, por igual, tierras y habitantes. Allí, junto al río Alcanadre, a veces ocurren cosas.

Todas las semanas un grupo de ballobarinas se reúne para leer y compartir su afición por los libros, hábito que, desde hace más de diez años, forma parte de sus ocupaciones diarias y que llevan a la mesa de sus casas como el pan diario.
Alegría, carnicera del pueblo y según Gonzalo Moure auténtica metáfora de Ballobar, es una lectora comprometida y un derroche de júbilo. Al igual que el resto de madres y abuelas que leen juntas, su deseo es contagiar a jóvenes y niños su entusiasmo y hacer posible un mundo mejor. “Más libros, más libres”, dice Moure.
Si atendemos al significado de la palabra “labrar”, podemos considerar la literatura y la ilustración como aperos típicos del pueblo. Porque labrar es trabajar, hacer, formar algo y hoy, Ballobar, es un referente para muchos otros lugares donde la lectura, relegada al ámbito de lo personal, quiere ser un fenómeno colectivo.
Hace apenas unas semanas concluyeron las III Jornadas Aragonesas de Bibliotecas y Promoción de la Lectura y la Escritura en esta localidad. Bibliotecarios, Escritores, Maestros y lectores de todas partes de España pusieron en común sus cosechas literarias. Dichas jornadas, impulsadas por Carmen Carramiñana y Mercedes Caballud con ayuda de Gonzalo Moure, Mariona Martínez, Samuel Alonso y Antonio Martínez, son prueba del compromiso y el esfuerzo diarios por acercar la literatura a la familia, la escuela y la biblioteca de forma activa y duradera.
Y en este empeño maravilloso colaboran madres e hijos, abuelos y nietos, maestros y alumnos, bibliotecarios y lectores. Cada cual aporta su experiencia de vida, su herencia literaria, su trabajo.
Todo en las jornadas pasa por las manos de la gente: desde las presentaciones en las mesas redondas hasta la intendencia. Un claro ejercicio de entrega y generosidad que emociona a todo el que se acerca hasta allí, una gran fiesta (que no feria) del libro sin ninguna pompa ni oficialidad. Una sueño cumplido y aún por madurar.
Humildad, cercanía, cariño, espontaneidad y voluntad conforman el índice de ese gran libro abierto que es Ballobar y del que acabo de leer y vivir el primero de los capítulos.

Y me acordaré mucho de vosotros cuando brindéis, con la mirada y vuestras copas de vino, por otros veinte años (dice el bolero que no son nada) de “Leer Juntos”.

Os quiere

7.1.13


Jornadas "de Tórculo y Artesa"

Nos gustaría comenzar el año compartiendo con vosotros trabajo, alegría, buena comida y olor a chimenea en La Queridauna casa de pueblo donde organizamos todo tipo de actividades en torno a la literatura, la tradición, el folclore, el arte... En esta ocasión queremos que sea una fiesta de los sentidos y del contar. Queremos que surjan mil historias al calor de la lumbre, y para ello el maestro Rodari nos enseñó que las historias nacen siempre de un binomio fantástico. Por eso en estas jornadas hemos mezclado dos palabras aparentemente extrañas entre sí: Tórculo y Artesa, que es como mezclar el arte de Antonio Santos haciendo grabados con el arte de hacer la matanza de la señora Rosario.

Todos los años, sobre la artesa, hacemos chorizos y salchichones, farinatos y la mejor morcilla del mundo. Más de uno sois de pueblo o tenéis raíces en algún pueblo y conocéis bien la fiesta de la matanza. Este año nos gustaría compartir esta fiesta con todo aquel que esté dispuesto a matar el tiempo de forma provechosa durante dos días, porque  no mataremos cebón alguno, sino que haremos los chorizos y los salchichones con la carne que nos reservará un carnicero amigo; acompañados por la voz de Mili Vizcaíno, que cantará coplas para que liguen bien el mondongo y la chicha; y acompañados también por las historias y sucedidos de Gloria Rivas y Ángel de Castro, poetas mondongueros. Y para los que os asusta el frío, tenemos un buen fuego, mantas zamoranas y mucho vino y aguardiente.


Aquí os dejamos los detalles de nuestra propuesta. Nos encantaría veros por aquí

Tres noches hay en el año
que te llenan bien la panza,
Nochebuena, Nochevieja
y el día de la matanza.

Será un gusto, con todos vosotros:

OBSERVAR la mañana fría y el río helado, el musgo de las peñas, una avefría y un mirlo, el fuego de la chimenea, las artesas secándose, los barreños limpios, los paños blancos, el café recién hecho y los mantecados sobre la mesa…
EL SONIDO de las mondongueras, el afilado,  el chamoscador, el descarnado, el picado, el enfusado, el trajín de los varales, el sonido de los cacharros, los secretos y las bromas…
EL OLOR del comino, los anises, la pimienta, el pimentón agridulce, la canela, el orégano, el perejil, la nuez moscada, la sangre, las tripas vaqueñas y las tripas de cerdo, el ajo y la cebolla, el aguardiente, el aceite de oliva, la olla del cocido en el fuego…
EL TACTO del agua helada; lavar, coser y atar las tripas; remover las chichas hasta encontrar la peseta; cuatro manos removiendo las artesas de la morcilla y el farinato; entelar la morcilla, embutir el farinato, quitar las telas a la manteca; ponerse a la máquina de enfusar, a las tripas, a atado o al picado…
EL GUSTO de las chichas de chorizo y de salchichón, el farinato y la morcilla, el cocido y las patatas cabeceras, la panceta y la costilla, los mantecados y el aguardiente…

Y para ir abriendo boca, un artículo relacionado con la matanza que he rescatado del baúl de los recuerdos:

El espéldere 

Hace unos día vi, por vez primera, un mamífero artiodáctilo del grupo de los Suidos hecho carne. Dicho así parece que hablara de un dinosaurio del jurásico, pero se trata del mejor y más doméstico animal de compañía; el cerdo.
De pequeño tuve una hucha de cerámica con forma de cerdito. Y cuando reunía algunas monedas lo descuartizaba para ir al quiosco a comprar unos jamones. Al cerdo de verdad también se le engorda con monedas, pero una vez curado. Y cuanto más curado más monedas.
El cerdo es un animal omnívoro. Le das una zapatilla y se la come. Le das un bocadillo de bellotas y se lo come. Le das una mirada y se la come. Le ocurre como al hombre, que también es omnívoro y se come hasta los cerdos.
El sábado pasado fui de becario a una matanza con el recuerdo aún reciente de los tres cerditos, los lechones con gorro de cocinero del Candil y la película de Babe, el cerdito valiente. Y me gustó la fiesta del mondongo. Ir, con las mujeres, a lavar las tripas al río. Coserlas. Bailar los farinatos. Tomar aguardiente con perrunillas. Apagar el pimentón. Todo en una ceremonia exacta en la que nadie mira.
En algunos lugares aún se conserva la costumbre de pedir al novato que ase la manteca. O mandarle, como se hace con los niños, a buscar el espéldere a casa del vecino, que es como cazar un gamusino o comerse un canguingo con patas de peces. Quizá más de uno habrá ido, alguna vez, a buscar el encargo a los lugares más insospechados, incluso al diccionario, y ha regresado, ancho de felicidad, con un dispositivo intrauterino, el santo grial, la correa de transmisión de un coche o el vellocino de oro. Yo me libré de la jugada pero de haber ido a buscarlo hubiera regresado con un iPOD.


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Raúl Vacas

20.12.12


Todo me sabe a ginebra

Que en época de recortes (desechemos los eufemismos de "ajustes" o "contención del gasto público") una institución como la Diputación de Salamanca, decida iniciar una colección de poesía para poetas noveles es de agradecer.
Tal vez preocupe a los diputados el deterioro de la imagen pública que sufre la institución y quieran maquillar su imagen con buenos propósitos, muy propio en estas fechas. O quizá sea el fruto del trabajo, callado y constante, de un equipo, con Aníbal Lozano al frente, que confía en la poesía y en los poetas y que llevan trabajando muchos años en el Servicio de Publicaciones sin salir en la foto.
Ya sabe Aníbal que conmigo puede contar para lo que quiera, y mucho más a título personal. Confío en él y en su criterio y le agradezco su apoyo y su voluntad de querer publicar un libro mío antes en los próximos años. De momento pensaré en la propuesta. Nada me haría más ilusión que mi nombre compartiera estantería con Luis Javier Moreno, Aníbal Núñez, Tomás Sánchez Santiago, Mari Ángeles Pérez López y muchos otros poetas que forman parte de una espléndida colección de poesía y en la que tuve el placer de aportar mi trabajo en la antología de Remigio González "ADARES" titulada La segunda voz.
A esta colección se suma ahora el libro número 53, Materia y sombra, la poesía completa de Julio Vélez. Un libro que nos devuelve la memoria y la obra de un poeta que trabajó por la poesía en la Universidad y al que le debo mucho. La exposición que organizó sobre César Vallejo en el año 92, y de la que guardo aún el folleto explicativo, coincidió con mis primeros pasos, ya firmes, en el territorio de la poesía.

La colección "Versos sueltos" se inaugura con el libro Todo me sabe a ginebra de Alfredo Pérez, que coincide en nombre y apellido con otro Alfredo Pérez, también poeta, al que tengo mucho que agradecerle en mis inicios, Alencart.
Conozco a Alfredo desde hace años. Coincidimos en el antiguo CAP (Curso de Adaptación Pedagógica), hoy convertido en máster, y ambos hemos trazado nuestra andadura por la senda de la educación. 
Lo que hoy es un libro eran entonces pliegos sueltos unidos bajo un título. Alfredo me confío una copia y yo la leí con agrado. Anoté algunos comentarios junto a algunos poemas y subrayé versos que me gustaban o que precisaban de un ajuste métrico. El tiempo pasó. Después de algunas correrías juntos y de compartir sidra y canciones con su tío Pipo Prendes en Candás (Asturias) o escenario en EL SAVOR, nuestros caminos se separaron. Ambos, sin embargo, sabíamos que esa distancia no era real, tan solo nos separaba un número de teléfono o una dirección de correo electrónico.
Al principio del verano pasado Alfredo me llamó para decirme que iba a publicar su libro la Diputación de Salamanca. Yo me alegré y le ofrecí mi ayuda. Desde ese instante comenzamos a beber, sorbo a sorbo, cada poema y a dar forma al libro.
Hoy toca disfrutar de la resaca -valga la paradoja- que nos trae la mezcla de ginebra y versos y de hacer volar el libro entre todos.
Gracias, Alfredo, por confiar en mí, por ofrecerme el prólogo y por contar conmigo en la presentación. Ojalá que este libro, y mucho otros proyectos, te lleven muy lejos y que podamos brindar una y otra vez por la poesía.



Una extraña industria

En esta extraña industria que es la poesía, como afirmara Valery, Alfredo Pérez nos entrega con emoción su producto recién manufacturado: un libro hecho de sí mismo, con cada uno de los sentimientos y palabras que han salpicado su vida en los últimos años. Un libro sin colorantes, sin conservantes y sin estabilizadores autorizados que dejará en el lector un extraño vértigo muy similar al de una resaca de domingo.

“Todo me sabe a ginebra” es un menú bajo en calorías para compartir en calma, como se comparten la decepción o el éxito o el pan tostado nuestro de cada día. Un libro para mirarnos en él, como en un espejo, y tratar de entender un poco más al “antropoide, anónimo y social” que nos habita y que Alejandro Romualdo retrató en un poema.

Alfredo nos muestra en su primer poema la brújula de su creación. Allí, en medio del realismo sucio y la cotidianeidad, enmarca su visión del mundo, allí se deja contaminar por la dulce radiación de la poesía y allí, con las manos abiertas, nos descubre sus cartas. Raymond Carver, Karmelo Iribarren, Roger Wolfe, Ángel González y Bukowski, entre otros, son algunos de sus referentes. Y Alfredo se acerca una y otra vez a ellos como quien va a llenar el cántaro a la fuente. Pero también ocupan su atención los muchos músicos que interpretan la banda sonora de su día a día: Joaquín Sabina, Andrés Calamaro, Luis Ramiro, Quique González o Leiva, por citar a los más significativos.

Pero en realidad el libro comienza en lunes, como la semana, y la búsqueda, el amor en todas sus formas y la felicidad son el paisaje donde el poeta pone sus primeras miradas con poemas breves y concisos, a modo de pedradas, que dan voz a sus pensamientos y sentimientos:

A veces
me gustaría buscar entre lo que era
un poquito de lo que soy
para saber si estoy soñando
o estoy enamorado.

Como buen forense, examina una a una sus vísceras y las disecciona con palabras: desde el hígado hasta al corazón y del corazón al folio.

Por el libro transitan las esperanzas y desesperanzas con que está hecho este oleaje continuo que es la vida. Prueba de ello son muchos de los poemas que nos mecen en un amor en calma o que sacuden nuestros sentidos en plena tempestad.
Esa tensión se advierte en el modo en que el poeta administra la rima y el verso libre, incluso en la extensión del texto. Hay poemas en los que no se sujeta a ningún cliché métrico, son textos mucho más vivenciales, marcados por el discurso de las emociones. Otros, mucho más breves, llevan una carga racional más grande: juegan con el lenguaje, más allá de los sentimientos, o se adentran en un discurso filosófico de andar por casa.

Alfredo es un hombre de música y sabe que la rima le obliga a entrar en el poema y a dejarse llevar como quien se arroja a un río de montaña. Son textos que nacen a la sombra de la sabina, o de Sabina, en terrenos menos profundos y pedregosos y con un carácter mucho más lúdico. El juego, el reto y la provocación también forman parte de las distintas maneras en que el poeta afronta su trabajo.

Día a día explora en lo cotidiano y, poema a poema, nos hace partícipes de su búsqueda  y de su mirada necesitadas de sorpresas.
Es así como se ajusta sus gafas de ver y nos señala uno de sus deseos: “descubrir el secreto que guarda esta tormenta”. Afirmar esto es como tratar de averiguar la materia de que están hechas la poesía, la vida y el amor. Alfredo lo sabe y quiere participar de esa búsqueda, tal y como sugiere Juan Antonio González Iglesias en su poema “Arte poética”: “Si no quieres quedarte a mirar la tormenta, yo la miro por ti”. Ese afán por descubrir de que están hechas las cosas es lo que da sentido a su poesía.

Porque todo puede ser poético, tal y como cree D. Wellershoff, desde “una voz incomprensible en el cuarto de al lado” hasta “el ruido de un motor, la gota de agua de un grifo...” y Alfredo, consciente de ello, se empeña en nombrar el mundo, su mundo, con palabras de ida y vuelta.

El propio Alfredo deja claros sus propósitos con relación al libro: “soy partidario de bajar la poesía a ras del suelo. Se acabaron la luna, el sol y las estrellas, vamos a hablar de las ventanas, las farolas y los recibos de la luz. Vamos a hablar también de desamor”. Y en ese tránsito por la cuerda floja, en busca de su propia voz y destino, se acerca a Celaya, quien nos sugería poner la mirada y las palabras junto a nuestra respiración: “Cantemos como quien respira. Hablemos de lo que cada día nos ocupa. No hagamos poesía como quien se va al quinto cielo o como quien posa para la posteridad. La poesía no es no puede ser intemporal o, como suele decirse un poco alegremente, eterna. Hay que apostar al “ahora o nunca”.

Alfredo apuesta por el presente y no se va “al quinto cielo” porque es, en esencia, un poeta terrestre, apegado a la realidad de lo cotidiano. Un hombre, como todos los poetas, obsesionado con el tiempo, que extrae de la vida sus propiedades y sus principios activos. Pero todo, incluso el tiempo, está imantando de amor y desamor, con sus secretos y tormentas.

 “A veces pretendo hacer vivir al lector experiencias comunes como escalofríos y recuerdos en tiempo presente” señala Alfredo. Y así es. El poeta, acostumbrado a mirar por la cerradura de los días, nos hace partícipes de su vida que es un río que va a dar, casi siempre, al amor

Absorto en la más inquietante soledad del frío
recorro las señales,
los nombres de las calles,
el pulso que una mujer le echa
-cargada con bolsas del supermercado-
al viento.

Vigilo las luces de los apartamentos,
las esquinas,
las copas de los árboles
peinadas por el escalofrío
del calendario.

Camino por las huellas de un gato
que parece solo,
feliz,
ajeno a mi mirada furtiva,
dibujando mariposas en la nieve.
Entonces,
ilusionado,
las sigo…

y
llego
a
ti.

La vida está en el anverso y el reverso de la poética de Alfredo. Y la poesía le ayuda a encauzar, cada emoción, cada latido, cada herida

El tiempo va encauzando
el río de la vida.

Algunos se desbordan
otros desembocan en el mar...

Alejandro Cuevas lo dice de otro modo, con permiso de Jorge Manrique: "Nuestras vidas son los ríos de letras que, tras mucho meandro y mucho circunloquio, van a dar a una esquela necrológica"

El río, en su curso diario, lima las aristas de las piedras, horada la tierra, se remansa, se precipita con fuerza con la complicidad de la lluvia o el calor y discurre -en ocasiones- bajo tierra. El poeta con oficio tacha, busca, pule una y otra vez las palabras y aparece y desaparece para remontar con belleza y eficacia el rumbo de su pensamiento o de su corazón. Ambos, río y poeta, profundizan en la búsqueda del sentido de su curso y de su vida y dejan a su paso cantos rodados.

De nuevo Alfredo se sincera: “He intentado hacer una selección de los poemas más "míos" o con los que yo me siento más cómodo, con un nexo común entre ellos..., que responden a la experiencia vital. He sentido la necesidad de escribir, de escribir mucho, para sacar todos los pensamientos que a veces me abruman. Es una necesidad de compartir”. Y en esa necesidad de entregarse está la posibilidad de reescribirse, de renacer, de remontar la rutina diaria y redimirse:

Escapar del ostracismo
y del ocaso
del pasado que gobierna,
de tu espina.

Despedir al corazón
malherido
y revolver en el baúl.

Ilusionarte

Empastarte de pasiones
malgastar el sueño
rubricar
la última apuesta
y testificar
contra el hastío.

Rebañar el día
morder la noche y
saciar el hambre
del amor
con purpurina y fresas.

Sembrar en el jardín
cada mañana
alunizar en las miradas
con descaro
sonreír a las farolas
respirar la prisa
seducir a la luna
con poesía.

Desnudarte por el día,
regalarte por la noche,
concebir el tiempo
como credo
rezar por lo prohibido,
deshacer,
sudar en el pecado,
despertar,
renacer.

Uno de los propósitos del autor es que el lector se mire en el azogue del poema, que reconozca las señales y las marcas que la vida, el amor y la muerte dejan en nuestra piel y en nuestro corazón y que identifique las suyas.

Aunque los temas se formulen una y otra vez, los códigos y las palabras cambian. La poesía es una experiencia íntima que nos ayuda a resolver las grandes cuestiones y las sencillas preguntas que nos hacemos a diario. Ese es también el proceder de Alfredo quien nos habla en sus poemas de la pérdida, del desamor, de los vacíos que llenan su vida y la de los demás. Es ahí donde el texto se vuelve reflexión, experiencia compartida, fonendoscopio que registra la intensidad y frecuencia de nuestros latidos. El desamor, la ausencia, el recuerdo, la muerte son una fuente de inspiración constante que cada escritor hace visible desde su compromiso personal con las palabras y con la realidad. Sin experiencias de vida y de muerte no existiría la poesía.

Alfredo nació en Candás (Asturias) en 1977. Es licenciado en Filología Española y profesor del Colegio “Delibes”. Muchos de sus poemas que no están entre estas páginas se reúnen bajo el título “Apendicitis crónica” y su oficio con las palabras le ha llevado a escribir letras para su tío y maestro, el músico Pipo Prendes quien –junto a su familia– le educó en el arte de escuchar, crear y escribir. En ellos se arropa y a ellos, y a sus amigos, les devuelve en forma de poema su cariño y reconocimiento.

Le gustan los metros clásicos y también la geometría pues en muchos textos juega a medir la distancia que  hay entre él y el poema, tal y como señala Andrés Trapiello: “la poesía es la distancia más corta (una línea recta) entre nuestras dudas y nuestras incertidumbres”. Y también le gusta, como él mismo afirma, “estar callado escuchando, viendo, oliendo, tocando y sintiendo la vida y el amor”.

La enfermedad de Alfredo es el amor y para ello sólo hay dos tratamientos posibles: las palabras, con las que da forma a todo cuanto el amor le enseña, y el gin tonic, el mismo tratamiento que probó Karmelo Iribarren en el poema “Desde que tú te fuiste”:  “Los días / se parecen / unos a otros / como dos gotas / de ginebra / de garrafa”. Pero también los poemas, como el gin tonic, dejan resaca.

Hay en este libro un regusto a cebada, y a bayas de enebro y a cardamomo y otras hierbas aromáticas así que no está exento de peligros. Alfredo lo ha escrito para que nos emborrachemos con él y de él, por eso ha puesto toda su carne en el asador:

Hoy es uno de esos sábados
en que pondría toda mi carne en el asador
 y después me comería crudo

A estas alturas del prólogo ya todo nos sabe a ginebra.

Raúl Vacas
En Rodasviejas, 6 de septiembre de 2012


Algunas noticias sobre la presentación del libro:


1.4.12


Abecé diario

Ya está en la calle un nuevo libro de poesía, Abecé diario, un proyecto que firmo junto a la ilustradora Elena Queralt, y está dedicado a los más pequeños.

Abecé diario es un inventario de letras y palabras, ordenadas alfabéticamente, que contienen en su interior un puñado de historias: los hechizos del amor, qué hace los domingos la mujer del presidente, lo breve que fue la vida de Fugaz, qué ocurrió con Don Gato tras resucitar con el olor de las sardinas, cómo se enamoraron el Conde Helado y Doña Comtessa, cómo fue la travesía que hizo una mamá en un barco de vapor, qué isla aparece y desaparece ante el único ojo de un temible pirata o cómo es la Prima Vera, entre otras.




Título Abecé diario / Autor Raúl Vacas / Ilustrador Elena Queralt / ADR, 67 / 64 páginas


Comentario
Abecé diario propone jugar con las letras y con las palabras, pero también encender o avivar el interés y el gusto por la poesía. Para ello es importante perderle el miedo y convertirla en un instrumento de aprendizaje y en un método de descubrimiento de las cosas.

Temas
Cada poema propone un tema distinto: la vida de algunos animales (urraca, mosca, vaca, pato), el ámbito familiar del niño (padre, madre, prima), su universo interior (sueños, canciones, recuerdos, cuentos populares) o la relación del niño con el lenguaje (un texto elaborado con palabras que empiezan con la misma letra, juegos con esdrújulas, poemas en los que se altera el orden de los versos o en los que se intercalan unas palabras en otras, un poema incompleto...).

Reflexiones
El libro está concebido para el trabajo en el aula. El profesor se encargará de explorar su interior, de revelar algunos trucos ocultos, de comentar con sus alumnos las sensaciones que le ofrece cada texto y de invitar a los niños y niñas a que jueguen a imitar determinadas estructuras.
Uno de los objetivos del libro es poner en relieve la importancia del juego con las palabras, pero también propiciar la lectura en voz alta y hacer hincapié en la musicalidad del lenguaje.

Extracto de la Guía de Lectura de Abecé diario.



Algunos botones de muestra:

D, de domingo

Del presi la mujer dente
camina campa hacia el nario.
con su perma nueva nente
un día aniver de sario

Con torpe tacones mente
y cantando abecé el dario
camina dili muy gente
en vecin medio del dario.

Al barren pasar un dero
a la presu mujer mida
le peri silba en un quete,

y con alta gesto un nero
por alu y dándose dida
se colo retoca el rete.


H, de helado

Caminaba el Conde Helado
por la terraza del bar
envuelto en capa de plata
por no se descongelar.

Iba el conde de etiqueta,
la apariencia ha de guardar,
en esto una melodía
de pronto se oye sonar.

El Conde quedase helado
de esa voz al escuchar,
¿quién será la que así canta
con voz de frío polar?

Y derretido en amores,
cuando adentro quiso entrar,
con una tarta Comtessa
el Conde fue a tropezar.

Un camarero envidioso.
pronto los fue a separar,
el Conde sirvió de postre
a una niña del lugar

y la tarta de Comtessa
al punto fue a completar
el menú de una familia
de muy noble paladar.

La niña el helado esconde
para bien lo rebañar.
De la Comtessa en el plato
ni el rastro se pudo hallar.

Dicen que han visto de noche
a la niña del lugar
con el hijo de los nobles
tiritando frente al mar.


M, de mamá

Mi mamá se fue a la mar
en un barco de vapor,
con tinta de calamar
me escribe cartas de amor.

Mi mamá se fue al amor
en un barco calamar
y con tinta de vapor
me escribe cartas de mar.

Mi mamá se fue al vapor,
en un barco de la mar
con la tinta del amor
me escribe en un calamar.


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