Quedamos en silencio mientras buscamos en lo más
íntimo y reflexivo del ser una repuesta lógica, justa, sincera, que no venga
ataviada de pasiones, de rabia, de penas, de apetito siniestro en contra de
muchas gentes que anteponen sus privilegios personales y de grupo en detrimento
y hasta muerte de los demás seres del conjunto que llamamos país. Preguntamos
con las dudas humanas del que no termina de creer; con la anímica conciencia de
quien sufre una gran indignación, con la sangre cuajada en alguna arteria, en
algún tablero explosivo, en cualquier
mano que acaricia un fusil, sobre el día en el que nos vendieron como recua al
diablo; sobre el día en el que unos señores decidieron pisotear lo que Dios y
la naturaleza le ofreció a los hombres (en este caso a los dominicanos) para
que unos bandidos lo destruyan todo, lo envenenen todo, lo maten todo a cambio
de miserables despojos, que igual y siempre van a parar a los mismos y ladrones
bolsillos de los funcionarios de turno.
La verdad es que no quiero mentar a la maldita madre de sus
madres. Yo no quiero hablar de lo que tanto hablo y me hace daño. De sufrir con
la impotente vergüenza que me asfixia. Yo quiero estar sereno, yo quiero estar
tranquilo. Yo quiero continuar en silencio como en los pasados dos días “respirando
hondo” cruzado de pies, en posición de loto “paz y amor” sin contaminación que
me perturbe.
Tomo la biblia para examinar las virtudes
cristianas que debo seguir; leo por igual (en algún otro libro) sobre Zarathustra
y los estudios de Pitágoras. Me detengo en Rama, entro en los abismos dominados
por Hades (dioses y mitología) el Super hombre de Nietzsche, todos… hasta que
vuelvo a encontrarme con el maestro Jesús en el evangelio de Juan, expulsando a
latigazos a los mercaderes del templo.
Así me quedo un rato, sacudido por alguna luz
redentora en la historia patria: “Entro por Haití porque no puedo hacerlo por
otra parte, pero si alguien pretendiese mancillar mi nombre, decidle que yo soy
la Bandera Nacional”.
Yo deseo no decir un “Coño” (yo debo a los míos
cierta paciencia, cierta inteligencia emocional, cierta coraza).
Regresaré al silencio, a los ejercicios de
respiración, al carajo de los que como yo siempre tienen el utópico sueño de
que algunas vez y por todas se haga justicia.
Jimmy Valdez
Ridgewood, NY
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