Paseo de Las ÚRSULAS

Paseo de Las ÚRSULAS
PASEO DE LAS ÚRSULAS(Salamanca).-Por José Luis Pérez Pablos

miércoles, 30 de julio de 2014

LA CALABAZA ANDANTE(Microrrelato).-Por Alberto Bellido García

MICRORRELATO: LA CALABAZA ANDANTE. Medianoche en el pueblo. Alberto, un niño de ocho años, no consigue conciliar el sueño, y se sobresalta al escuchar las doce campanadas procedentes de la Iglesia. Al finalizar el eco de la última campanada, la puerta de la habitación comienza a chirriar como si se estuviera abriendo, pero no es así. Aquella tarde había ido al cementerio con sus padres para visitar a los familiares difuntos. A la salida, varios chicos, riendo y con calabazas en sus cabezas, rodearon a Alberto asustándole. Pero el niño, asustado, salió corriendo hacia su casa. En esa noche de difuntos, Alberto estaba solo en casa. Bueno, en realidad, sus padres no se hallaban muy lejos. Estaban tomando el fresco con los vecinos, pues, extrañamente para esas fechas, la noche era apacible y carente de frío. La puerta de su habitación comenzó a abrirse y Alberto pudo contemplar la oscuridad del pasillo. El niño, empezó a temblar de forma convulsiva. Se tocó la frente con la mano: un sudor frío se había apoderado de su cuerpo, como si estuviera enfermo. Alberto, aterrorizado hasta la médula, se puso a gritar: –¡Mamá, papá!, ¿sois vosotros?, ¿hay alguien ahí?–. Pero nadie le respondió. Temblando, encendió la lámpara de la mesilla de noche, cogió un cortaplumas, se levantó y poniéndose las zapatillas de andar por casa, se aventuró por el pasillo. De repente, le dio un vuelco el corazón. La puerta principal estaba abierta y alguien con una calabaza en la cabeza le observaba, y rápidamente desapareció. En ese instante, Alberto decidió armarse de valor, supuso que no era más que un chico, que, con la connivencia de sus padres, estaba gastándole una broma. Comenzó a correr persiguiendo al intruso, pero cuando salió al corral, ya no quedaba ni rastro del bromista. Una risotada surgió proveniente de la panera y Alberto reemprendió la caza de la calabaza. Sin embargo, cuando encendió la luz de aquella dependencia de la casa, un  silencio sepulcral se apoderó de la noche. Transcurrieron unos tensos instantes que se le hicieron eternos. Y, de nuevo, las risas rompieron la quietud nocturna. El intruso se había ocultado en el garaje. El niño fue hasta allí comprobando que esa puerta también estaba abierta. Alzó la mirada hacia el horizonte, y gracias a la luz de la luna llena vislumbró a la calabaza corriendo por el sendero que partía en dos la tierra anexa a la casa. Reanudada la persecución, llegó hasta el pozo que suministraba riego a un huerto y avanzó hasta un nogal cercano. En ese momento, un coro de risas lo asustó. Alberto sujetó con fuerza el cortaplumas blandiéndolo y giró varias veces sobre sí mismo, sintiéndose rodeado por unas presencias amenazadoras. De pronto, varias calabazas surgieron de la oscuridad y abalanzándose sobre él, comenzaron a devorarle. Poco a poco sus gritos fueron convirtiéndose en estertores y su cuerpo, ensangrentado, quedo inerte sobre la tierra.

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