HÁBLAME DIOS
Una frugal estela te
amanece, Dios,
cuando el mundo
encima se me viene
y me desarma el sol
que me detiene
y activa en derrumbe
mis brazos caídos.
¿Por qué
–pregunto- se asemeja tanto
mi cielo al de tu
huída, al de
tu rostro flácido
en vez de jade:
duro, en sangre,
asido y luz; espanto
de títeres,
miserias y ruines dulcineas?
Sabrás –¡Oh
Dios!- porqué es sal de silueta
mi entorno, mi
mentira, la suma inquieta
de bondad que busco
en apenas dos líneas
de temblor poético,
de argamasa frontal
y serias dudas sobre
si es todo bandidaje
o es tan sólo ténue
portal, sólo pasaje
a un tiempo dúctil,
feliz, quizá frutal.
Quiero aprehenderte,
burlar la comisura
que te frunce al
olvido y la quimera,
traerte a mi vivir,
abrigar mi jaima a tu vera
y que sea tu viento
mi otoñal encarnadura.
Ya te vale Dios.
Mira el remedo de paisaje
que creaste cual
playas de aves y armonías.
Ya te vale dejar
pistolas al hombre de estos días:
un tipo sin alma,
malsano y sin coraje.
Vagón de enjuagues,
disputas, agostos de nieve,
cerradas puertas,
política, insultos. Sin geráneos
-Dios- me vienes a
enseñar en tus iglesias solfeos
que croman la
distancia, que la menguan en declive
coronando la
defunción del alma negra.
Invocas en la bondad
mensaje cierto,
pero yo –excéptico-
comprendeme, muero yerto
mirando tu mirar y
mi fusil de guerra...
Quiero ofrecerte mi
enojo y desayuno;
abarcar la luz que
me distingues
en esta Eucaristía
plena y arropar
con férreos
pistilos de paz mi desencanto.
Es ésta unción con
tu bondad
la que alimenta, la
que define
mi pobre rodadura
humana.
Y me tiro a la
yugular de mi tristeza
harto de añorar
vientre de madre,
buscando hueco,
quizá, en este enjambre
para imprimir de
acero mi corteza.
En tu cielo de
fresas y a tu edad
no quiero agobiarte
– mi Dios- con vanas señas
pero ya mi pelo
inmundo luce greñas
de buscarte en mi
eterna soledad.
(Toño Blázquez)
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