Paseo de Las ÚRSULAS

Paseo de Las ÚRSULAS
PASEO DE LAS ÚRSULAS(Salamanca).-Por José Luis Pérez Pablos

miércoles, 18 de junio de 2014

LA PRINCESA QUE SE MANCHÓ LAS MANOS.-Por Valentín Martín

LA PRINCESA QUE SE MANCHÓ LAS MANOS
Me decía
mira esto
mientras me desdoblaba en los ojos
la bruma de la vida más hermosa que yo había vivido nunca.
No sé si vale
o es otra vez el movimiento quieto
que escribí tantas veces.
Ella siempre dudaba
dudó tanto de ella
que ni siquiera hubo en su memoria como en la de todos
el cristal inmenso de la mañana que no fue un día
porque estuvo siempre alado de rocío su porvenir de soledades.
A ella siempre le salían los poemas
muy de repente
como a los niños el cuajo
cuando se enteran de que ya no tienen padre y madre
sino las casas de papá y mamá
y un tren de herrumbres
en el sitio de sus riberas donde se pronunciaron cuentos
como surcos chiquitos por donde correr la ternura
paso a paso como el natural cansancio del agua.
Le gustaba mucho que la mirasen.
No que la vieran
para eso siempre tuvo la prudencia de las hembras
que jamás admitieron un corazón adormilado
o un milano que se pareciese sólo a un deseo.
El miedo.
Ellas.
Ellos.
Él.
Ella.
Los inquisidores.
Pero necesitaba siempre los ojos de un hombre
para no sentir la terrible paz de los matorrales muertos
la melancolía de un pájaro sordo mudo y ciego a punto de romperse.
Ser alguien
era ser alguien siempre
en la pupila legionaria de otro estrépito que le nombrase el paraíso.
Jamás le sirvieron los antaños
olvidaba deprisa.
Creía que danzaba en redondo
como las atmósferas interiores en su laberinto
o el alma donde pusieron tantos los dedos.
Pero iba adelante
quizás sin saber adónde iba.
Digamos que romper una y otra vez el jeroglífico de su mundo
fue la gran pasión que no se perdonó nunca
pero que pudo más que aquellos primeros chirriones del colegio
o la tos de su padre cuando le avisaba
de que el fuego no baña de paz sino que quema.
Si fue adepta a dejarse
no se debe a su abandono a las profanaciones
las lloraba
porque creyó que el mejor postor era el expansivo arribista
y ella la heredad más amorosa .
Una y otra vez se integró en otro
y fue porque pensó que si salía así de sí misma
era la única forma de desencajarse ansiedades.
Cada vez que era menos cósmica
y más península
se vivió menos sola.
No tuvo la culpa de creer que alimentarse era comer
que descansar era dormir con dos orfidales
que penetrar en el sol
cualquier sol que encontrase en la noche
era ya vivir la luz indestructible de todas las amanecidas.
Hubo trechos de su camino
en los que se le acumularon las multiplicaciones
hasta parecer el río alcohólico de un día de verano.
A veces hubo un desierto
de esos de verdad
donde pierdes la visión de la piedad de la gente
porque dejó de existir entre una nubes de voces que no dicen nada
que la separó de los suyos
la separó tanto
que ya no pertenecía al mundo de los vivos y los muertos.
Quizás se pasó la vida esperando.
Pero esa espera estuvo invadida de terrestres uniones
hijas de nadie
hijas de todos
hijas sin nombre
lenguajes que le arrancaron eventuales llamaradas
que iluminaban la cara de ellos al tiempo que la de ella
mujer hecha de barro tan ansioso
se inventaba madre del amor más entero.
Nunca una mujer necesitó más que la amaran
y nunca una mujer amó tanto
para que esto una y otra vez no sucediese.
Sonaba muy lejos la esterilidad de todo
y sin embargo regresó tantas veces a sí misma
buscando salir de su espacio
como un lacrimal infinitivo al que asirse bailable criatura
donde su hijo fuese rey y su hija fuese reina.
A su manera fue voraz
pero su rostro largamente besado
no supo oler una traición a tiempo
los rugidos de dulzura
que en sus oídos estaban de visita ella los miraba
como eternidades tan limpias de escamas
los manantiales del pueblo que jamás se secan.
Acabo de escribir que la conozco.
Que conozco sus tránsitos de la luz a las tinieblas
y sus huidas de la mortal melancolía al ruido de los príncipes.
Pero como dos negaciones siempre se dudan
no sé si hago bien asido al espanto de haber vivido
la lava inversa de tantas emociones en cada gramo de su arcilla.
Me subí a su vida en marcha y en ella eché todo el arraigo
esta vieja patera hendió su mar cargada de cicatrices
supe los caudales de su prestigio entre los marineros
la manchita en el pómulo izquierdo que sumaba multitudes
como un mapamundi que la resumía solar afirmación
la voluptuosidad del lenguaje que se detuvo en su madera
donde los cuchicheos se inclinaban en todos los olivares
que antes se creían la enormidad de los pábilos
y a su paso aprendieron que la instantaneidad divina
había venido de fuera para columpiar domingos
tenía su nombre y empezaron sin remedio a morirse de ella
a matar por ella
a memoriar sus momentos
a ponerse una alegría nueva en los pies al salir de casa
como si en vez de la antigua desidia hubiese llegado la música.
También yo suspendí mi silencio para bastarme
feroz abencerraje por una vez en la vida
una vez que no fuese tarde para sacudir mi virginidad
y ascender a un palacio que fuese obra de mis manos.
Supe que el regreso puede ser tan triste como la misma muerte
y supe que entre un sí y un no hay una mínima distancia
que puede hacer a un hombre tan grande como la alegría de un niño.
Mi palabra de papel tuvo al fin un útero
aunque mis hombros de huérfano tan derrumbados
no podían sostener eternamente su trinidad de pan mancebo
que exigía una mesa más grande donde extenderse
y un archipiélago de tinta
para sus poemas como el que ayer me enseñaba.
Muchas veces nos inventábamos para los dos una lumbre
que nos salvaba de cuatro millones de cadáveres del sábado.
Hablar al amor de la lumbre es bueno decía yo
y ella respondía que de continuo
tenía una ventana abierta a la esperanza.
En medio de un hervidero de ladrones estábamos
mientras nuestras sílabas socavaban la tarde
y la eternidad huía delante del uno delante del otro
mientras nos quedábamos los dos solos en las cosas físicas
y se extinguían todas las elipses para dar paso a la ausencia.
Así que estuve cerca del grito de su nacimiento
me llené los bolsillos de todas sus preguntas
me sé de memoria la sinuosidad de cada línea de su alma
floté dichoso con el fin de su cautiverio
todos sus sueños me cabían en la mano
hice de cada uno de sus vacíos mi propio universo
me tatué las claves de sus dependencias
y cadáver de guardia voy por la vida que me queda
por si le sirve aún de algo
como un carpintero capaz de hacer de una hostilidad
una cama de amor para una recién nacida.
Quizás debí esperar sentado en el silencio
dentro de su lenguaje en el saucedal de las nubes
donde se descalzó mi voz en su palabra.



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