Paseo de Las ÚRSULAS

Paseo de Las ÚRSULAS
PASEO DE LAS ÚRSULAS(Salamanca).-Por José Luis Pérez Pablos

sábado, 7 de junio de 2014

HIJASTRO DEL DESTINO y ADAPTACION A LA VIDA. Por Valentin Martin




  • HIJASTRO DEL DESTINO
    Agonizo y aún escucho silabearte este último the end que sabe a Windows y no sé si es Dreyer que ha vuelto para escribir otra vez Ordet y huir hacia abajo. (Lo hacéis los dos tantas veces que en Dinamarca han prohibido sus besos).
    Hay todo un desván de estatuas capuchinas que no son sueños irrepetibles sino todo lo contrario.
    Cadáveres muertos de hambre, entre ellos está César que se corre mientras el jugador de billar se folla a su mujer delante de tantos amigos. Un primo hermano aún tiene madre que le viste de torero para pudrirse sin un mal bachillerato que llevarse a la boca. Otro cuenta a los compañeros de celda que un día vio cómo una pava real se enamoraba de un surtidor de gasolina: que nadie se extrañe dijo si aquí estamos todos cada loco con su tema, que es el mismo tema de siempre. Memoria que yo fui dejando en tus bolsillos, cadenas que tú querías abolir en mis muslos.
    Las tardes de hotel no tienen ya hojitas verdes, están llenos de virus de aquellos sinónimos que escuchaban el ulular de sus olores cuando en cada habitación había un Blas de Otero y una mademoiselle de provincias jugando a ser mirlo.
    Entonces ya se sospechaba que en cada orgasmo Dios y yo poquito a poquito nos íbamos muriendo.
    Y allí no había ninguna mujer desmemoriándose, tierra arriba con el éxodo de la mano, allí sólo buceaba en las caderas del ansia -ya escéptico dentro del pesimismo- un jornalero anónimo para la princesa por más que él se iba desangrando intentando poner bridas a los instantes.
    Cuando mi lluvia de semen te nombraba mi lengua como la de los tártaros era el silencio.
    Era inútil querer quedarse en aquel paisaje porque con tus sandalias la vida oceánica no se sostiene más allá del apetito de las limosneras ortigas y nadie nos dijo quién tiraba de mis manos de muchacho hacia la costumbre de una gota que se creyó más que río, y que un día Jericó dejaría caer sus murallas como una valkiria con la voluptuosidad de una monja muerta.
    Yo me ponía del revés y me secretaba poscoital como un caballo, los cuchillos hablaban de amor con agradecimiento como cuando tenía quince años y aún no me enseñaron que la quimioterapia besa muy triste y que todas las historias de amor al final son falsas.
    No contradigo a nadie si digo que a mí me vino siempre grande la vida.
    Mira bien los obituarios: jamás encontrarás ahí un amor muerto (me refiero al mío, que respondan por los suyos los demás amantes).

    ADAPTACIÓN A LA VIDA
    ¿Y si su alma estuviese tatuada de relicarios y yo sólo fuese un trocito de capote sobre el que pisase su lindo pie? El hombre anochecido sueña aún con pubis angelicales tantas veces como tantos no-me-olvides oyó suplicar. Desde que este hombre se convirtió en monólogo nutrido sólo de pan y piel de mijo, no le nacieron duras escopetas, sino un cazador de sí mismo que jamás logrará ya aprehenderse. Todo cabe ya en el espacio de un grano de arena. Y sin embargo su universo se engolfa una y otra vez cuando suena su voz más allá de la elipse de su almática lengua. Si mañana se coagula definitivamente el tiempo, el hombre dará la vida por vivida más lleno de paz que ninguno por no haber hecho caso a tantos avisos que le pidieron callarse. Este hombre sabe que hay tejados verdes bajo los cuales las universitarias abren sus muslos para dejarse por unas bragas de seda. Este hombre sabe que Gabriel escribió un día para él la crónica de su muerte tan anunciada. Este hombre sabe que no regresará jamás, aunque hayan regresado los instantes de las mandíbulas con arpones. Este hombre sabe que no se equivocó clavando a destiempo su corazón en una colina entre tantos ladrones buenos, entre tantos ladrones malos. Este hombre sabe que si quiso la ascensión del amor hasta el amor y no hasta la lepra fue por una abeja reina, más que por un bello murmullo. Este hombre sabe que sus propios insomnios se consuelan solos y hasta aprendió a extirpar los de su lejana mariposa. Este hombre sabe que su mortal melancolía se cura con unos besos terrestres al socaire de un mudo vuelo. Este hombre sabe que sólo existe si existe ella, infinita mujer solar, insolidaria soledad que está siempre naciendo mientras que él se muere a contragolpes de la vida que se escurre como un río chico. Este hombre sabe que desdichado el que se va y no regresa nunca ya al ala dulce de sus palabras y sus pezones. Este hombre sabe que aunque tenga muy alargados los ojos tan de verso su carne se vuelve mansedumbre antes y luego lumbre en la carne de otro. Este hombre sabe que si hasta Dios le pide a ella permiso para todo, ¿qué puede hacer él si no es concluir en la nada?

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