Así de horrendo, de hedonista, infausto provocador en el exilio (cara
pálida, cancerbero amarillo, truhan calamitoso herido de muerte). Así de
aferrado a un poste, a la argolla mastodonte e intestina del transporte
público; solemne como liquido viscoso, herramienta y oficio de espesos
letargos. Así de inventivo, de zalamero, afán compulsivo en el recuadro
ajeno, monologo arrastrando sus cadenas, el bultito de sueños, la camisa
a cuadros (sudada, apestosa). Todo un disparate al caer la tarde.
Usted me ha visto, me conoce, se conduele o sale huyendo de las rarezas.
Soy sólo huesos, pellejo ensimismado con las ventanillas, con el
transeúnte, con la afección despertada por un niño llevado a cuesta,
cuya silla de ruedas arrastra una señora gorda, inmensamente gorda, pero
sonriente frente al espejo.
Allí mi ser, asido como tantos a las últimas esperanzas posibles (cerrando los ojos de vez en cuando, anhelante, formando un crucigrama de preceptos) Chauvin cualquiera. Y dentro, dentro de mí, todo lo anterior y las reposiciones: la trama, el drama, la escena.
Allí mi ser, asido como tantos a las últimas esperanzas posibles (cerrando los ojos de vez en cuando, anhelante, formando un crucigrama de preceptos) Chauvin cualquiera. Y dentro, dentro de mí, todo lo anterior y las reposiciones: la trama, el drama, la escena.
Entonces reparo en las luces del final de la
tarde, todo el ocaso de otro día prestado. Sobre la ciudad cruza un
avión de pasajeros (va volando, mas no percibe su vuelo, sólo sé que
vuela, mientras igual me pregunto qué rumbo lleva, qué sueños).
Sí, claro que lo soy! Hedonista, acre,
masoquista. Desguarnecido en lo más básico del fuselaje. Tonto
enternecido con el propio ser y sus iguales. Frágil marioneta de la
vida…
Jimmy Valdez
Ridgewood, NY
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