Bien, es tiempo de empezar de nuevo. Debo de
apagar mi ser, de reprogramar el corazón y esperar a que suceda un milagro. Los
últimos 5 años han sido de espera, de un constante esfuerzo por encontrar el
rumbo, por edificar un sueño, por fundirme en el sentir del más grande amor que
hasta ahora he sentido por nadie, por mujer alguna.
Como todos los días, iniciando desde hace un
lustro, me he levantado a las 4 am. Costumbre inmediata la de revisar el teléfono,
buscando cualquier email, cualquier saludo, cualquier golpe cotidiano lanzado
desde lejos. Hoy, luego de una borrachera en la que lloré con la usual tristeza
de las profundidades más lastimera, me he visto en el espejo y creo reconocer
en la figura que el mismo refleja, lo que es de mí; ese escombrado bucle de
mirar languidecido, cuyo cerrojo está roto, cuya levedad no encuentra latido.
He de amarme y por tanto buscar otro amor. Cerrar
definitivamente esa puerta. Dejar que la misma cierre, que la misma se clausure
y todo lo que fue encuentre reposo en las cosas vividas que le hacen únicas.
El amor siempre ha sido cosa fortuita. Yo jamás
he salido a buscar el amor (el amor me ha encontrado las veces que ha querido).
Sucede que llega un tiempo, una persona con la cual uno depone todas las armas,
todas posibles defensas y entrega el castillo, la sangre, la historia.
Confieso que quiero enamorarme así nueva vez,
que quiero encontrar a ese ser por el cual he respire con cada poro del alma (sé
que suena masoquista, que suena ridículo que alguien con mi edad y demás
conflictos quiera semejante sentir, semejante fragilidad, semejante oportunidad
de ser vasallo, prisionero, condenado a muerte).
Miro dentro y todo parece decirme “ya es
suficiente”. Miro fuera y todo posee un acento melancólico de indescriptibles
tonalidades: libros, pinturas, frascos de suplementos vitamínicos, talco para
los pies, sillón desvencijado, dos
relojes y mi cuerpo.
Una lágrima se me escapa. Pulso Shut Down. Apago
un sueño.
Jimmy Valdez Osaku
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