Me asomo hasta reconocer el viejo overol de mi viejo, las trenzas de hilo de la abuela, nuestra ofrenda perfectamente inaudita (lo caído dentro y que enmudece, según la flagrante mansedumbre del sediento para que abjure de sí misma el alma).
Esta
paz, esta hogaza, esta idea de calle mojada y despierta, resignada a la
intemperie de los íntimos pretextos donde se huele a luciérnagas y
marcamos el paso con un hierro incandescente; es paz de cascabeles,
diurna paz de podredumbre (víscera que bosteza a la altura agreste del
cotidiano flanco con sus reveses y fiestas).
Paz de náufrago, reposo rehén de jornadas sangrientas. Paz para los escombros de una tormenta remota (la ciudad en sus aprestos a escala virulenta de un absurdo). Paz que yo me guardo como si me conociese de fondo, en la epidermis de un molusco (paz entrada a la muerte, acaecida para desgracia ajena con esa exactitud de los relojes suizos).
Paz de sonrisa cuajada en la censura; exasperada, alcanzando la forma de un lagarto. Con miserables ganas de poner un cuchillo al cuello y matar lo que respira para ahuyentar lo usual que es la fracción perenne de una lágrima. Paz, en fin paz, como todos los abriles desde entonces!
Paz de náufrago, reposo rehén de jornadas sangrientas. Paz para los escombros de una tormenta remota (la ciudad en sus aprestos a escala virulenta de un absurdo). Paz que yo me guardo como si me conociese de fondo, en la epidermis de un molusco (paz entrada a la muerte, acaecida para desgracia ajena con esa exactitud de los relojes suizos).
Paz de sonrisa cuajada en la censura; exasperada, alcanzando la forma de un lagarto. Con miserables ganas de poner un cuchillo al cuello y matar lo que respira para ahuyentar lo usual que es la fracción perenne de una lágrima. Paz, en fin paz, como todos los abriles desde entonces!
Jimmy Valdez Osaku
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