Oscura retina, oscura alcoba. Nido ambulante de
hambrientas voces agoreras. Me desnudo del
frío esqueleto de mi sombra (paso a la intemperie,
al tracto transparente de una gota de lluvia) dejando cual bagazo la alelada esperma
de unos ojos.
Soy y me deslizo en forma casi etérea por el cristal
que mira sin vestigios el semblante anochecido de lo denso. Caigo sobre un muro
y luego sobre un coche que viaja con la prisa de las alarmas policiales. El viento
me vuela, me despedaza en el aire, agrega cicatrices ajenas a lo que supongo existe.
La noche se reúne a mí alrededor. Husmea como a
cadáver al que encuentran los perros (la noche posa sus miedos, amaga con tomarme
por asalto, con hincar sus dientes en el revés natural de las vísceras).
Pero la noche prefiere huir, le cuesta huir,
huye; el estruendo de un relámpago azuza la ventisca con la que salgo disparado
a las profundidades mismas de la ciudad, para entonces seguir cayendo, para
entonces seguir transformándome en alguna cosa rancia, costrosa, de aspecto
indefinible que al fin se diluye, que luego regresa a la oscura mansedumbre de
mi sombra, al frío esqueleto de una alcoba, a la única voz que puedo reconocer
entre las tantas…
Jimmy Valdez
Ridgewood, NY
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