No es necesario que entregues tus campanadas para alegrar mi tarde.
Hoy el viento apenas sopla y tus mejillas resbalan sobre las colinas que se acercan para contemplar.
Paseamos sobre esas calles semienterradas que obligan a un esfuerzo del corazón.Pero nuestras quejas apenas alteran el suspiro de la amante que recoge su madrugada rozándonos en complacencia.
Como hemos sido obligados a la educación,contentamos su deseo con una canto de vísperas
y los claustros acuden a nosotros para alabanza de nuestra impostación.
¡Que alegría juntar nuestros cuerpos y sentir las heridas cómo acuden a nuestro alivio!
Cuánto hemos de agradecer esos momentos de fecunda alegría de nuestros padres en mutuo patrocionio hacia nuestra ruta.
Ahora llamando sin temor a la estrella, podemos alabar su alabanza, sin sentir el frio mortal
que a veces se pronuncia sobre nuestras entonaciones.
Hoy somos mortales que entregan sus vestimentas al ruego del presbítero que vigila siempre
los buenos deseos.
Todo sea loado.
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