Mirada en el seno de un mar que no entrega sus leyendas,tan solo el cansancio del navegante que medita las olas y contravientos, calmados por el crujido de una madera que participa en la soledad.
Momentos de cercanía hacia una playa de ideas, con las manos desfiguradas por los pensamientos y por las bestias que enseñorean las avenidas y los prados de la ciudad que han perdido su hierba entre la indiferencia de los animales que participan del desentono.
No hay razón para aleluyas,pues el cerebro se ha congelado en los cantantes y sus decibelios.
Tan solo gruñidos de amenaza y huellas de pezuñas sobre la arena.
Demasiado dolor para soportar estos óleos con la mirada fija, calculando el momento de huida,ante el uniforme de un conserje estático y dadivoso.
Es la hora de acallar el Museo y es la hora de despertar ,dolorida la espalda por el cuarteado de la estera, y por el silencio de un desierto de ensoñaciones.
He de comenzar el día como ciudadano, y entono mi ropa y mi afeitado al tiempo que repito las consignas de permanencia
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