Veo la sombra aterrada que se desconoce hecha
huella sacudida. Veo la náutica estela parpadeante, chamuscada, en la carne
viva del rostro incomprendido. Veo el sofá, la lente ojerosa desvencijando
columnas. Veo la frente, el capirote, la luna en su menguante inclusión en los
abismos lastimeros.
Veo al hombre en un poema maldito. Veo los sueños
y las nimiedades del cosmos (ataduras absurdas en el molde vacío de los
circuitos). Veo cualquier beso, a cualquier Judas, las flores abiertas o
marchistas en un jarrón de inverosímil belleza. Veo una pecera industrial en la
que crece un monstruo de excelsas cicatrices. Veo que llora y se despeina echándose
agua bendita; veo que es y que ha sido estéril postulante al amor ajeno, un
niño exánime, alto como asta para el empalamiento de las cosas comunes.
Veo el enjambre de sus tontas laderas, lo
hirsuto de su pulso, el nombre que le han dado. Veo que cuando cierra la puerta
y penetra en sus noches, suele derrumbarse como costal hambriento en el espejo abundante
de su contemplación.
Jimmy Valdez
Ridgewood, NY
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