Paseo de Las ÚRSULAS

Paseo de Las ÚRSULAS
PASEO DE LAS ÚRSULAS(Salamanca).-Por José Luis Pérez Pablos

miércoles, 24 de septiembre de 2014

EL PASAJERO.-Por Mercedes Gómez Blesa


MERCEDES GÓMEZ BLESA

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"El pasajero"

¿No es hogar, acaso, para el pasajero
este ciclópeo recinto geométrico,
esta cúpula poliédrica de formas caprichosas,
este templo de grandes cristaleras incendiadas,
mastodonte de luz, paladar del aire,
pupila de nieve, espejo del cielo?
¿No es aquí, en la diáfana sala de espera
de una anodina terminal de aeropuerto,
donde el solitario pasajero se siente,
a la vez,
propio y extraño,
forastero y en casa,
dentro, estando fuera,
cerca, estando lejos,
arropado con calor maternal
por los mismos luminosos eléctricos
de idénticas tiendas,
por los mismos colores estridentes
de idénticos bares,
por los mismos textos publicitarios
de idénticas marcas
de cualquier otro aeropuerto del mundo?

En este dejá vu, escenario sin sorpresas,
el hombre solitario que ha facturado
su vergüenza, pero no su desconfianza,
se descalza y eleva con parsimonia las piernas
y las reposa en el asiento de enfrente,
como hace cada día después del trabajo
en el sofá de su casa y se rinde al sueño,
como se rinde cada noche ante el televisor,
sin importarle las cómicas muecas
que su cara mostrará a los otros
o las extrañas posturas de su cuerpo,
tan inverosímiles como un fantasma,
o el oscuro e indescifrable mensaje
que componen sus rítmicos ronquidos.

Cuando despierta, el pasajero
-que sigue con su pudor facturado-
se afeita y lava los dientes en el baño
frente a la hilera infinita de espejos,
acudiendo al gesto mecánico de siempre,
en medio de un sin otros,
que imitan sus mismos abúlicos gestos
como espectros de mirada perdida.

¿Existe, acaso, mayor intimidad
que la que hay entre tanta gente,
que son tierra y agua, pero nunca barro,
hilos sueltos, sin formar encaje?
¿No desplegamos nuestro biombo
con nuestra rumia interior
en medio de esta suma de solos,
de este público amorfo
de labios sellados,
formado por un tú y otro tú,
nunca un nosotros?
¿No somos, en esta aséptica sala,
escaparates que nadie mira?
¿No estamos rodeados de espectadores
huérfanos de palabra,
que sólo leen o escuchan,
pero jamás hablan,
conectados por su cordón umbilical
a sus MP3, su i-Pods, sus PCs
y que sólo, de vez en cuando,
se atreven a ojear de soslayo,
con disimulo, a hurtadillas,
para no estallar con la mirada
la delicada crisálida de cristal
que nos aísla en este archipiélago
aséptico, de suelos pulidos
que despierta nuestro rumor secreto
y crea una intimidad pública
o una privacidad cercada de espejos?

¿No está el pasajero en este lugar de paso,
en esta sala de espera, en este purgatorio,
a salvo de la utopía del cielo
o del infierno de la historia?

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