Mirad mi rostro y decidme
si veis algún
indicio de victoria.
En él están la
gloria de mis hijos,
sesenta años de
naufragios
y tantos sueños muertos
a los que ya
perdí la cuenta.
Esencialmente
eso; luego
también están
los tebeos
de niño al amor
de la lumbre,
y películas de
romanos,
y campanarios
con cigüeñas,
y jolgorios de
crepúsculos
sin presagio de
amenazas,
y las esquinas
con luz,
y la promesa de
las espigas,
y voces de madre
llamando
a la cena y al
buen camino,
y la vida, en fin,
en cada palmo
de aquel
territorio amigo
que fue la
infancia tan leve.
Como veis, poca
cosa,
pero escuchad:
de aquel
mandamiento antiguo
nació un hombre
que hoy os habla
y dice que
seguirá mínimo
y formalmente
indultado,
haciendo camino y versos,
libre como las
pulsaciones,
más doncel para
pensar,
incluso con
ganas de pelea.
Dicho queda y a
vivir,
como si empezar
de nuevo fuese
volver a los
jóvenes árboles
y a los
incendios de entonces.
al brío
desbordado de la historia
que empezaba sin
tregua
-los días bárbaros-
y al dulzor de
aquellos gestos.
Y hasta puede
que al amor no
se le haya
acabado la paciencia.
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