ORACIÓN
A CRISTO DESPOJADO
Anochecer de
temprana primavera, eclosión
de vida entre la escarcha,
sol creciente
fundiendo los recodos del invierno.
Me acerco a tus plantas, Señor
Despojado,
Rey del Universo, con temor,
con amor.
Te sigo tímidamente entre las turbas,
camino de tu drama, de tu Calvario.
Misterio de dolor,
traición y estampida, crueles
verdugos,
atroces tormentos, mi cobardía…
Reparten entre sí tus vestidos
y sobre ellos echan suertes. Mi vida,
sayón por ese manto y esa túnica
sagrada, inconsútil
de hilos de María Inmaculada.
Ecce homo, he aquí al hombre.
Soberano de espinos de acacia coronado
con los harapos de mi vida.
Quisiera abrigar tu torso lacerado.
Como en el pesebre, tu cuerpo exento, a
la vista de todos,
al escarnio, a mi antojo.
Destellos en esa dignidad tuya del
infinito
del Todopoderoso que tiembla de frío
y de vergüenza.
Te humillas libremente, te entregas
loco de amor,
sometido a la muerte confundes al
orgullo.
Tus manos,
qué quieren esas manos pródigas,
milagrosas,
esperando el total traspaso.
Tus brazos extendidos,
dispuestos a levantarme del fracaso.
Qué me pides con tan triste mirada,
qué son esas lágrimas
que recorren silenciosas
tus mejillas magulladas, perlas
de sangre adornando el cíngulo de tus
verdugos.
¡Deja, Despojado, que me amarre a esa
cuerda, déjame
atarte a mí ¡
Afrentado y malherido, soy yo tu mayor
dolor,
tu llaga más profunda.
Déjame abrazarme a tu cintura y ungir
tus pies
con mi llanto
antes de clavarse al leño.
Quiero despojarme de mi hojarasca, de
mis pretextos,
asirme desnuda a tu destino. Sin nada,
contigo, con todo
confiada al Big bang de tu Expiración
y Vida,
anidar al fondo de tu costado.
¡Oh, mi Cristo Despojado!
Eternamente enamorada.
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