REGRESO
(A
JESÚS DESPOJADO)
No
me trae a tus pies
la
recia mano amorosa,
ni
se me obligan los ojos
al
estremecimiento de la gran llaga.
No
hay muerte que me cuaje de espantos,
ni
tétricos regueros que turben mi mirada.
No
hay, Señor, zozobra.
No
hay, Señor, convulsión.
Se
muestra el rojo laberinto de tu espalda
al
caer el manto,
y
tu desabrigo
techa
de luz mi incertidumbre.
Se
templan mis escalofríos
en
la pasión de tu búsqueda,
y
las gotas de sangre mudan
en
chorros de misericordia.
Se
arrugan mis ausencias
entre
las espinas de tu corona,
y
mis anhelos serpentean
en
la voz que aquieta
los
paisajes agitados de mi alma.
Ya
no hay lamento en tu grito,
ni
horror en tu martirio.
Solo
atiendo ante ti,
el
rebato anhelante del Pastor,
y
me dejo amainar
por
la caricia del reencuentro.
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