LA
MEMORIA BOCA ARRIBA
Hoy
me ha llamado Vicente Aleixandre:
qué
fue de aquel poema de desamor
con
que empecé andar sus abismos
pidiéndole
abdicaciones a los vencejos.
Dice
que él también tuvo una novia
a
la que nunca entregó versos en mano.
Que
como desde su mirada de cadáver
me
ve jovencísimo, ponga al sol la esperanza.
Esta
ni me la toques, puro Vicente.
Le
he contado lo que me pasa contigo
y
dice que lo sabe porque ya lo murió,
y
además se lo cuentan los arriates
de
Velintonia 3 (ya ves que es tu número)
cuando
regresa por las noches a apagar
la
luz y mirar si todo está dulce y en orden.
Le
he echado en cara que su cintura
se
quebrase para dar paso a la vejez:
un
hombre lleno de amor no hace eso.
Un
hombre enamorado moja sus días
en
el futuro que le llama como a todos
con
veredas para pasear domingos,
ir
tocando las campanitas del júbilo,
eludir
los arroyos y subir a los montes
donde
siga brillándole la mirada
como
si la vida le saliese al encuentro.
Un
hombre enamorado es mucho más
que
una tarde, un naufragio, un olvido.
Un
hombre enamorado es saber sobre todo
llamar
a cada alondra por su nombre
y
ponerse a cantar con ellas the power of love
sin
que se extrañe la gente del pueblo,
como
si fuese a comprar el pan de cada día.
Un
hombre enamorado no conoce la mirada final
ni
el final de una mirada, no sabe de asesinatos,
ni
de cigarras que le besan traiciones en los labios,
ni
se imagina que el agua se acabará mientras bebe
inmersiones
sin retorno que un día serán secarrales,
qué
más da si él a los pequeños sucesos los mira
con
los ojos de chico, cuando todo le pareció enorme
y
para siempre, como los padres lentos de su infancia.
Un
hombre enamorado es un santo caimán
que
toca el acordeón en la siesta de los tornasoles,
mientras
los demás esperan sorpresas nuevas
que
él ya tiene anudadas a su chaqueta de mayo
después
de tender toda su historia al latido del aire.
(Que
se lleve su historia, la antigua, la de secano,
ese
viento que arrasa tantas alamedas definitivas).
Un
hombre enamorado tiene la costumbre
de
no tener miedo a ser un hombre sin casa,
le
bastan las glorietas con rumores de mujer,
el
vino dispuesto al alba de los pájaros urbanos,
la
voz del buenos días que no falte y poco más.
Un
hombre enamorado sabe todos los pronombres,
los
llama, a uno le habla, a otro le acaricia, lame
cada
sílaba del suyo, el de ella, como un perro de raza,
como
si limpiase las mañanas para sus trenzas
y
él fuese el sol naciente que la está esperando.
Un
hombre enamorado es todo eso
en
mitad de un mundo lleno de estanques
que
son espejos de otros hombres que amaron
probablemente
lo mismo que él está amando.
Un
hombre enamorado no tiene los ojos llenos de tierra,
no
dice que llegará la hora en que ese viento se pare,
pero
no es un vilano sin luz navegando en la noche,
ya
aprendió que el tercio del amor tiene su finitud,
que
un día no amanecerá o amanecerá tan malo
como
una tarde, un naufragio, un olvido. Y el fin.
Pero
lamento llevarte tanto la contraria, Vicente.
Porque
un hombre enamorado no se muere nunca.
Aunque
lo maten.
Qué inconfundible Valentín, cuando deja correr la palabra y se desliza sinuoso por los meandros del amor.
ResponderEliminarQué buena elección Ignacio.
Comparto por ahí.
Namasté.