Paseo de Las ÚRSULAS

Paseo de Las ÚRSULAS
PASEO DE LAS ÚRSULAS(Salamanca).-Por José Luis Pérez Pablos

sábado, 25 de enero de 2014

Memoria de ti resucitada.-Por QUINTÍN GARCÍA.



El verbo se hizo fuego
en  Pepe Ledesma una noche
de nieblas, en diciembre, bajo las piedras
ciclópeas de La Clerecía que se abismaban
contra su carne frágil, apenas
un liviano juglar de capa y gorra que movía las manos
y los labios de luz vertiginosamente en mitad
de los charcos de sombras, y tronaban
sus labios a la noche ascuas y lavas íntimas:
Calle de la Compañía,
silencios, melancolías.
Veníamos de uno de esos actos repetidos
de lecturas y cenas tardías con vino y confidencias
y Pepe se miraba en el espejo lloroso del piso de la calle
y hurgaba y hurgaba su alma adolorida, desnudo
contra la piedra y la noche,
y las nieblas del fondo, y recitaba
poseído de nadas existenciales y de muertes:
Calle de la Compañía.
tristezas y losas frías.
Estaba Pilar, que había urgido
a la representación como si en bodas
de Caná, y Emilio, cuyas barbas, remojadas
en la niebla, emanaban de forma natural dulces
maldades asturianas y versos súbitos. También Bernardo
y Juanito Huarte y yo, estatuas silentes, destelladas
ante el fulgor del profeta consumiéndose
en mitad de la zarza.
Y sin embargo
Pepe Ledesma remaba en las capas de adentro, donde somos
tan nuestros y tan solos, y partía la vida
en doble filo, en esos dos surcos, yuxtapuestos,
que nos cultivan y florecen:
Calle de la Compañía.
soledades, alegrías.
Serían esas horas desnudas y altas
de la una, o quizás, de las dos de la madrugada, envejecidas
de sombras y neoclásicas arquitecturas, cuando los ojos
se niegan a mirar ya cansados de los vaivenes
del día y de las andaduras de los pies en carne viva, y Pepe, solo
frente a la vertical frialdad de la Pontificia, apenas
empinado en las últimas escalerillas para
arroparse de las orfandades de la vida, recordaba:
Calle de la Compañía.
copla de la infancia mía.
Sonaban jolgorios de campanas para estrenar
una fecha nueva en el reloj de la Plaza contigua
y confidente, pero Pepe indagaba signos y señales, presentía
estertores de su propia muerte, tan traída,
en las vísceras de un tiempo huido calle abajo
hacia las nieblas del ábside de las Úrsulas y la agria
escultura de don Miguel de Unamuno. Y lloraba
con los últimos truenos de su voz:
Calle de la Compañía.
   ¡D. Miguel en la agonía!
(Aún sigo, Pepe Ledesma, oyendo
en los fantasmas que me habitan aquel verbo
tuyo incendiado en mitad de las sombras
de la calle de la Compañía, cuando en estos
alcores del balneario de Babilafuente se cae
también la tarde y hay nieblas en el valle largo y miro
los halos y fulgores que emanan tus huesos dormitando
en Encinas –raíz y tierra última, seminal-, lamidos
dulcemente por el Tormes que corre y corre tenaz, arrastra
tu voz ardiendo hacia la Mar o seno primordial, y se hace
intemporal con el paso del tiempo tu memoria
que me llega en el viento. Y la respiro.
Y en mí te resucita)
Quintín García
Para el número de Álamo en homenaje a Pepe Ledesma
Fotogragía: Eduardo Margareto

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