Ya
tengo delante el plato
con
esas dos maravillas
de
yemitas amarillas
que
me miran hace rato.
La
clara que las rodea
con
su puntilla dorada
y
esa blancura bordada
de
regusto me marea.
Al
lado del plato, el pan,
que espera pacientemente
a
que yo le hinque el diente
como
avariento donjuán.
Mas,
esperaré un minuto,
porque
antes de comerlos
he
de recrearme en verlos,
que
ya con eso disfruto.
Va
mi mano temblorosa
acercándose
al manjar.
¡Ay
Señor, qué gusto untar!
¡qué
sensación tan grandiosa!
Ya
en la boca, ¡qué entusiasmo!
Esto
de los huevos fritos,
lo
dicen los eruditos,
es
para morir de orgasmo.
Yo
por mí sustituiría
el
rezo del Padrenuestro.
¡Que
sean huevos, Maestro,
lo
que nos des cada día!.
Mª
Carmen Prada Alonso.
Precioso. Estrofas suculentas.
ResponderEliminarBuen provecho.
Bravo por esta magnífica oda a un plato que sin duda, despierta a las musas. Llegará a ser un clásico. Un saludo
ResponderEliminarahora cada vez que coma huevos fritos, tu estaras conmigo, te recordare por esta bonita oda.
ResponderEliminarMe ha encantado ese poema sobre el huevo frito, por su sencillez a la vez que calidad, ¿Enhorabuena!
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